El escritor francés Denis Boissier publicó en 2004 El caso Molière, libro que se hizo famoso mundialmente porque sostenía que El tartufo, El avaro y El misántropo, entre otras comedias, no habían sido escritas por Jean-Baptiste Poquelin, sino por su contemporáneo Pierre Corneille. Basándose en un escrupuloso estudio, Boissier desenmarañó algunas circunstancias no muy claras en la biografía de Molière y estableció que el fraude era evidente. Meses después, luego de un análisis de discursos, Dominique Labbé, profesor del Instituto de Estudios Políticos de Grenoble, concluyó que “el 99,9 por ciento de al menos 16 piezas de Molière fueron escritas por Corneille”. De ser cierta esa afirmación, Molière debería ser considerado el rey de los timos literarios.
Otro caso sucedió en 1997. Ese año, Sotheby’s remató un supuesto manuscrito de Emily Dickinson llamado “La poeta y el asesino”. Poco tiempo después se descubrió que el texto había sido fraguado por un experto en la materia: Mark Hoffmann, un estudiante de medicina que desde la década de 1980 se dedicó a perpetrar falsificaciones que lindaban con la perfección. Esta anécdota le sirvió a Simon Worrall para una novela sobre la vida de Hoffmann, quien ha sido condenado a cadena perpetua por sus actividades delictivas, que incluyen varias estafas y dos asesinatos.
Un fraude bastante publicitado fue el del anticuario alemán Konrad Kujau, autor de unos falsos Diarios de Adolf Hitler. Kujau vendió los derechos de su “descubrimiento” a la revista Stern, tras un contacto con Gerd Heidemann, un periodista de mucha experiencia, que había obtenido la medalla de oro de la World-Press-Photo por sus imágenes de la guerra del Congo en 1965. Heidemann era todo un veterano del periodismo, pero Kujau, que luego vendió sus derechos a Newsweek y Times, lo timó fácilmente.
En Ciudad de México, en 2000, diversos diarios publicaron el poema “La marioneta de trapo”, que atribuían a un Gabriel García Márquez próximo a la muerte que deseaba despedirse de sus amigos y lectores. El autor de Cien años de soledad, tomando el embuste con muy buen humor, declaró: “Lo que me mata es que crean que escribo así. (...) El poema es tan malo que no vale la pena desmentirlo”.
Jorge Luis Borges, en cambio, no tuvo tiempo de desmentir nada. A él le imputaron el poema “Instantes”, que comenzaba con estos ya famosos versos: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida / en la próxima trataría de cometer más errores”. El texto había sido publicado inicialmente en The Reader's Digest, en setiembre de 1953, por el caricaturista estadounidense Don Herold, y no se sabe por qué malabares llegó a relacionarse con Borges. María Kodama, viuda del escritor, llegó a decir que si Borges hubiese escrito algún adefesio semejante a “Instantes”, nunca se habría casado con él.
Pero sin duda el fraude más exquisito de la literatura fue engendrado por James MacPherson, quien en 1761 afirmó haber descubierto y traducido un texto en gaélico que publicó como La epopeya de Ossian, acerca de un legendario guerrero y poeta celta del siglo III antes de Cristo. La epopeya era falsa y, al parecer, MacPherson terminó muy deprimido al ser desenmascarado. Sin embargo, su texto dejó grata impresión en los autores románticos, como Byron o Goethe. El joven Werther, el célebre personaje de Goethe, escribe el 12 de octubre en su diario:
“Ossian ha suplantado a Homero en mi corazón. ¡Oh, qué mundo ese en que el que tan magnífico poeta me introduce! Vagar saltando setos, azotado por el huracán, que empuja en vaporosa bruma los espíritus de los antepasados, al fulgor penumbroso de la bruma. (...) En el acto quisiera arrebatarle su espada a un noble guerrero, librar a mis príncipes del lento suplicio de una vida que poco a poco se consume, y rendir mi alma tras el liberado semidiós”.
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