lunes, febrero 27, 2006

Guapísimas

Una vieja y frívola creencia afirma que no existen catedráticas, científicas, juezas o escritoras guapas. En este último caso la opinión se encuentra bastante extendida debido a la "ayuda" de autoras como Grazia Deledda, las hermanas Brönte, Gertrude Stein, Carson McCullers, Virginia Woolf, Emilia Pardo Bazán, Eudora Welty, Simone de Beauvoir, Elfriede Jelinek y, más recientemente, Lucía Etxebarría y J. K. Rowling.
Por suerte, existen también suficientes motivos para echar esa afirmación por la borda. Creo que la primera escritora que me gustó muchísimo, cuando yo era adolescente, fue Margaret Mitchell, la autora de Lo que el viento se llevó. Estoy seguro de haberla hallado en una enciclopedia o en una revista y haberme pasado horas contemplándola. De seguro por ese tiempo conocí la fotografía de una joven María Teresa León y quizá la de Sylvia Plath. Con Sylvia el romance fue instantáneo. Recuerdo que durante meses no hice otra cosa que buscar fotografías suyas en periódicos y libros con encendida persistencia.
Con los años he padecido de flirteos similares, especialmente desde que vi unas fotos de Jorie Graham, ganadora del Pulitzer de poesía en 1996. Jorie, guapísima con el cabello suelto, me conquistó con la mirada y una breve sonrisa. En el camino dejé a la adolescente Marguerite Duras, al peinado corto de Jessica Hagedorn y al no sé qué de Anaïs Nin. También a Marcela Serrano, a la peruana Rosella di Paolo, a Simona Vinci y a Arundhati Roy. En estos últimos tiempos solo Zadie Smith y Siri Hustvedt han logrado sacarme de mis casillas. Por cierto, Siri es esposa de Paul Auster. Y a pesar de eso no me pongo celoso.


María Teresa de León y Sylvia Plath.

Jorie Graham y Siri Hustvedt.

Zadie Smith y Arundhati Roy.


Arriba: Simona Vinci y Rosella di Paolo.

jueves, febrero 23, 2006

Los detectives salvajes

Luego de muchas postergaciones he empezado a leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño.
La historia de los supuestos personajes principales, Belano y Lima, es vista por los ojos de sus conocidos, especialmente por el joven poeta Juan García Madero. El estilo es tempestuoso y por momentos desordenado, pero es precisamente esa abundancia o pirotecnia verbal el encanto verdadero del libro. Los detectives salvajes, hasta el momento, puede leerse también como una reflexión sobre la literatura, realizada al ritmo torrencial y adolescente de las acciones.
Hasta ahora, estupenda, realmente estupenda.

martes, febrero 21, 2006

Carlos Schwalb Tola

De Carlos Schwalb Tola conocía apenas dos cuentos. El primero, “Fuego”, lo encontré en la valiosa antología de narradores de la generación de 1980 En el camino, de Guillermo Niño de Guzmán. “Fuego” es la historia de un niño pirómano que se siente liberado con la perspectiva de convertir su hogar en cenizas. En el segundo cuento, “Descerrajar”, que apareció en una revista local, un niño descubre que un tío suyo se ha suicidado disparándose un tiro en la cabeza. Sus parientes emplean el verbo descerrajar para explicar el acto, y el niño queda impresionado “por su sonoridad y por su proximidad fónica y semántica con palabras como cerrojo, aherrojar, cerradura, que tenían para mí, en mi imaginación infantil, oscuras resonancias medievales”.
El primer y hasta ahora único libro de Schwalb, Dobleces, fue publicado en 2000 por la Editorial Nido de Cuervos y, según tengo entendido, es inhallable en librerías. Con mucha suerte, di con él hace poco y acabo de leerlo con una extraña mezcla de asombro, incertidumbre y placer. Se trata de un volumen extraordinario.
En Dobleces todos los personajes son desdichados. Si son niños, sufren por sus padres; si son adultos, aman en silencio, tienen relaciones horrendas o recuerdan rupturas dolorosas. Por eso necesitan hacer algo, cualquier cosa, para dar el punto de quiebre a sus existencias. En “Lo esencial”, para poner un solo ejemplo, un hijo es atormentado por un padre que vende todas sus pertenencias, incluyendo su propia casa, sin razón aparente (“por esa lógica oscura que a veces guiaba sus acciones y que no admitía réplica”). El hombre solo conserva un piano que ambos trasladan penosamente mientras escapan de su pueblo de origen. El niño, que detesta cumplir con este encargo, a fin de cuentas encuentra la salvación cuando logra interpretar todas estas acciones visiblemente desquiciadas de su padre.
El nivel del libro es muy parejo, pero resaltan, además de los cuentos nombrados, "La fiesta debe continuar" y "El regreso" (que hace recordar por momentos a “La segunda juventud” de Luis Loayza).
Mi inquietud sobre Dobleces es la siguiente: ¿nadie ha pensado en reeditar un libro tan notable como este? Si un autor como Schwalb Tola no es lo suficiente promocionado, ¿los lectores que desean conocer su obra simplemente no podrán hacerlo?

domingo, febrero 05, 2006

Mil Somos


Hasta hace cinco o seis años la lectura de Somos todos los sábados era una de mis costumbres más gratificantes en la semana. Capitaneada en ese entonces por Fernando Ampuero, la revista contaba con secciones y colaboradores de alto nivel. El ambiente que se respiraba en el Perú durante la dictadura de Alberto Fujimori motivó que Somos, suplemento de El Comercio, se convirtiera casi en una revista política, con artículos y reportajes de oposición al régimen, que en ocasiones ocupaban la mitad del semanario. Las ediciones incluían también crónicas variadas y estimables comentarios de literatura a cargo de Gustavo Faverón.
Hoy Somos ha publicado su edición número mil. Por decirlo de alguna manera, la revista ya no llama mi atención desde hace varios meses. Algunos sábados solo la hojeo mecánicamente y en otras oportunidades solo reviso las frases picantes de la semana en su primera página y las breves críticas de música, que, eso sí, siempre me parecen acertadísimas.
Esta mañana, en una entrevista radial, escuché a Óscar Malca, actual editor de Somos. Decía que en el semanario aparecen los temas que más interesan al público limeño o peruano, según estudios especializados. Ya sabemos: modelos, moda, páginas sociales, frivolidades de artistas famosos, microscópicas reseñas de libros, etcétera. La pregunta es: ¿realmente es esto lo que queremos los lectores para Somos?

miércoles, febrero 01, 2006

El manuscrito perdido

¿Existe mayor desgracia para un escritor que perder los originales de un libro? En nuestros días el asunto ha sido casi remediado con la ayuda de las computadoras, que permiten guardar versiones de un texto en un diskette o un disco compacto. Pero hasta hace apenas cuarenta años este recurso no podía ni imaginarse. Si el original era extraviado, había que decirle adiós para siempre.
Uno de los casos más famosos ocurrió con Hemingway en Europa. Hemingway (en la foto) se había casado con Hadley Richardson en 1920, y ese mismo año partió a París como corresponsal del Toronto Star. En 1922, estimulado por Sherwood Anderson, publicó un breve texto satírico y unos poemas en el Double Dealer de Nueva Orleáns. Hemingway se sintió animadísimo por la publicación y por ese motivo pidió a su esposa que le llevara todos sus manuscritos de París a Lausana, ciudad en la que estaba destacado por encargo del Toronto Star. Hadley cumplió a medias el favor, pues en la estación de Lyon tuvo un pequeño descuido y abandonó el maletín con el material inédito. Al regresar a la estación descubrió que la valija había desaparecido. Hemingway estalló en furia cuando se enteró de la pérdida. Rescribió todos sus relatos y al año siguiente le publicaron Tres historias y diez poemas. Eso sí, la relación entre Hadley y el viejo Hem se deterioró irremediablemente.
Es bastante conocido también que Alfredo Bryce perdió los originales de Huerto cerrado luego de un viaje a Grecia, donde trabajó como lavaplatos en un bar de Mikonos. De regreso a París le robaron su libro, su ropa y su máquina de escribir. Días más tarde Bryce se encontró con Mario Vargas Llosa y le contó su desventura. Vargas Llosa empalideció y empezó a sudar frío. “Mario”, le dijo Bryce, “me han robado a mí, no a ti”. Pero el autor de La ciudad y los perros continuaba temblando y en ese estado hizo una lista de los escritores que habían pasado por esos aprietos, como Hemingway o Lawrence. Unos veinte años después, al reincidente Bryce le volvieron a robar los originales de Magdalena peruana y otros cuentos, nuevamente en París. El autor suele confesar sobre esto: “Tengo la excusa de que los libros robados eran mejores que los que rescribí y publiqué luego”.
Thomas Edward Lawrence perdió los manuscritos de Los siete pilares de la sabiduría en 1919, mientras cambiaba de tren en la estación de Reading. El libro tenía unas 250 mil palabras y había sido terminado entre París y El Cairo pocos meses atrás. Lawrence, muy enfadado por la pérdida, se lanzó otra vez a la escritura y en apenas tres meses terminó un nuevo manuscrito, que alcanzó las 400 mil palabras. Esta segunda edición no lo satisfizo en absoluto. Afirmó que su trabajo poseía un “estilo descuidado” y que merecía ser consumado por el fuego. En efecto, Lawrence solo salvó una página de ese texto y quemó el resto en 1922. El ejemplar que se conoce en nuestros días corresponde a una tercera escritura, aunque conserva esa única página librada de la ignición.
Lo mismo ocurrió con Los Marañones, la novela histórica de Ricardo Palma que se destruyó durante un incendio en su casa durante la Guerra del Pacífico. Nunca sabremos el contenido de las páginas de Los Marañones, pero a lo mejor esta carencia será resuelta dentro de pocos meses. En una entrevista por televisión, hace cosa de una semana y media, José Antonio Bravo declaró que está escribiendo esa novela tal como la habría escrito don Ricardo Palma hace más de un siglo. Esperaré ese libro con desesperada curiosidad.
Distinta suerte corrieron algunos manuscritos de Reinaldo Arenas en la época en que la Revolución Cubana fijó la puntería contra los escritores y los homosexuales a fines de la década de 1960. A pesar de las amenazas de prisión o muerte, Arenas continuó escribiendo forzosa e inexorablemente. Muchos de sus manuscritos fueron decomisados y en algunos casos destruidos por su propio autor. En ocasiones Arenas debía rescribir sus libros una y otra vez, sin agotarse, pues solo escribiendo logró sobrevivir al régimen.
Por fortuna, no todas estas historias tienen un desenlace doloroso. En una oportunidad Nicanor Parra y Pablo Neruda hicieron un viaje a Isla Negra. En un momento de desatención, Parra perdió los manuscritos de Poemas y antipoemas, que pocas horas antes había leído en una tertulia encabezada por el autor de Residencia en la Tierra. De inmediato, Neruda telefoneó a todos los conductores de ómnibus y les rogó que movieran cielo y tierra para encontrar los originales del poemario. Los choferes regresaron a medianoche con la encomienda cumplida. A esa hora Nicanor Parra continuaba lamentándose por su pérdida. Neruda se acercó a su colega repitiendo juguetonamente la expresión mágica “tatatán tatatán” y extrajo el maletín con el manuscrito debajo del poncho que acababa de ponerse.