domingo, junio 15, 2008

Entrevista a Miguel Gutiérrez




Por Jorge Coaguila
Publicado en La Primera, suplemento «Semana», 8 de junio de 2008.

En su primera novela, El viejo saurio se retira (1969), hay un personaje de la aristocracia piurana que mantiene una relación amorosa con su hermana. Usted asegura, en La novela en dos textos (2001), que el tema del incesto es «constante y recurrente en la historia de la literatura» y agrega que es de difícil ejecución. ¿Qué problemas tuvo para escribir El mundo sin Xóchitl (2001, 2008)?
—Todo el argumento, los personajes, los ambientes, el escenario están diseñados en alguna página de El viejo saurio se retira. Incluso me propuse escribir la novela inmediatamente después, pero no me fue posible. De vez en cuando volvía la historia. Un poco que me sentía incapaz de escribirla. No por razones morales, sino por cuestiones estéticas. No me sentía con los instrumentos para contar esta historia.
Aparte de la tragedia Edipo Rey (hacia 430 a. C.), de Sófocles, ¿qué libros tratan este asunto? ¿Qué títulos tuvo presente?
—Cuando empecé a escribir la novela, releí la Orestíada (458 a. C.), de Esquilo, y novelas de Faulkner. También Sobre héroes y tumbas (1961), de Sabato. Me di cuenta de que el tema del incesto era todo un reto para mí.
En el prólogo de la nueva edición de El mundo sin Xóchitl, dice que su cultura operística era muy precaria, pero, asesorado por amantes de la lírica, leyó todo lo que tuvo al alcance durante tres años acerca de este género musical. A algunos autores se les criticó mucho por ambientar sus libros en los Andes, por escribir lo que no conocen a profundidad. ¿No sucede lo mismo aquí?
—No estoy de acuerdo con esa concepción de que el escritor solamente debe escribir sobre el mundito que conoce, sobre su clase social. Yo pertenezco a la pequeña burguesía, pero es no me impide escribir sobre la aristocracia en decadencia en El mundo sin Xóchitl. El escribir puede ubicar en cualquier escenario sus creaciones. No creo que solo los andinos deban escribir sobre Ayacucho, por ejemplo. Si tenemos que hacer una objeción crítica a Abril rojo (2006), de Santiago Roncagliolo, no es por que haya ubicado o porque desconozca el mundo andino, porque finalmente no se propuso eso. Las observaciones son por el tejido narrativo.
Hay un aspecto que llama la atención en su biografía: ¿por qué existe un silencio creativo de El viejo saurio se retira (1969) a Hombres de caminos (1988)? En total, 19 años.
—Un silencio editorial, digamos, porque no dejé de escribir, pero indudablemente en un momento determinado, durante 10 o 15 años no puse en el centro de mi vida la carrera creativa. Acepté otros compromisos, los cuales requerían también una entrega absoluta. Ya se sabe, uno no puede servir a dos amos. Me di cuenta luego de que las tareas que hacía lo podía hacer otras gentes con más talento. Me dedicaba, por necesidad, a hacer crítica. Me hice crítico porque vi un vacío. Pero después me di cuenta de que esa labor la podía hacer gente más capaz. En cambio, las historias que me venían a la mente solo yo podía escribirlas. No porque vayan a ser grandes obras, sino porque yo podía contarlas.
En su libro de ensayos La generación del 50: un mundo dividido (1988) usted ensalza a Jorge Eduardo Eielson, autor de poemas intimistas, por encima de Alejandro Romualdo, recientemente fallecido. Se interpretó que usted estaba en contra de la poesía social. Se dijo que un escritor progresista no debía tener esa posición. ¿Qué opina de estos comentarios?
—Son tonterías. Además, le rindo homenaje a Romualdo en el mismo libro. Por ejemplo, cuando yo cuento que llegó Romualdo con una delegación de poetas de Lima —entre ellos Carlos Germán Belli, Francisco Bendezú y otros—, y yo asistí al teatro Variedades, de Piura. Me impresionó muchísimo el poema «Dios material». Considero que Romualdo es un buen poeta, pero —para mi sensibilidad— Eielson me resulta mejor. Tiene más amplio registro, su aparato retórico es mucho más rico. Además, ha cultivado otros géneros, como la novela. Eso no tiene nada que ver que estoy contra la poesía social, pero si me dieran a escoger entre Vallejo y Eielson, sin duda elegiría a Vallejo.
En la Editorial San Marcos se anunció un ambicioso conjunto de ensayos suyos. Se publicó la primera serie de cinco títulos: Borges, Kafka, Faulkner, Ribeyro y autores de los Andes. ¿Qué sucedió con la segunda parte, con los trabajos suyos acerca de Joyce, Hemingway, Onetti, Zavaleta, Reynoso?
—En cierta forma, esos trabajos se han incorporado en mi libro El pacto con el diablo (2007). Por ejemplo, sobre Onetti. Se interpusieron otras tareas para sobrevivir. Por otra parte, me di cuenta de que esa labor competía con mi labor creativa.
En el capítulo I, en la sección «Una familia extinguida», de su novela La violencia del tiempo (1991) cuando se habla de Miguel Grau, el mayor héroe nacional, hay un espacio en blanco censurado. ¿Por qué mutiló su propio texto?
—No mutilé mi propio texto. El editor, Carlos Milla Batres, dadas las condiciones que vivía el país entonces y era extranjero, me llamó. «Miguel, si yo publico esto me ponen una bomba. Además, yo soy de El Salvador. Me botan del Perú». Quizá exageraba. Quiso que reescribiera ese párrafo. Me negué y le dije que, en todo caso, dejara en blanco. Algún día, si se publica una edición crítica se restituirá el párrafo. No me parecía tan terrible. Había una visión desmitificadora de Grau, sobre todo de su familia.
Algo de eso ha contado Guillermo Thorndike en su voluminosa biografía sobre Grau. Que la madre tuvo hijos con padres distintos.
—Claro, claro, pero han tenido que pasar muchos años para decirlo. En ese momento la Marina tenía otra fama. De las tres armas, la Marina ha sido la más cruel, la más violenta, la más sangrienta. Me pareció legítimo el temor de ese amigo. No podía exponerlo a una agresión. Al final, decidimos que quedara en blanco. Quedó como testimonio de la época.
En Celebración de la novela (1996), hay un «autorreportaje» porque, según dice usted, tiene una cierta insatisfacción general con las entrevistas que ha concedido. ¿Qué le reprocha a los periodistas peruanos?
—No les reprocho nada. Ellos hacen su trabajo y, en general, me han tratado bien. Aunque, claro, no se trata de que traten bien o te traten mal. Lo que pasa es que en una entrevista, por razones de espacio o por «levantar la noticia», problemas que son para mí más importantes, como la concepción propiamente literaria, no son desarrollados. Me quedo insatisfecho conmigo mismo. Se fijan en cosas secundarias para mí.
Iván Thays dice que lo invitó a usted a su ya desaparecido programa de televisión, pero usted se negó a ir. En otro momento, él dijo que lo primero que le preguntaría sería acerca de sus ideas sobre Sendero Luminoso.
—Mire, no quiero andar en dimes y diretes con ese sujeto. Eso de que me ha invitado es mentira... No quiero que crea que quiero evadir la segunda parte de su inquietud, como si él me va a poner contra la espada y la pared. Es una estupidez. Dentro de pocos días debe aparecer la segunda edición de La generación del 50: un mundo dividido, en la Arteidea Editores. En el prólogo están mis ideas claras acerca de aquello.
Esencialmente usted ha desarrollado el ensayo y la novela. ¿Hay otros géneros que cultiva y que no han visto la luz?
—No. No tengo ninguna sensibilidad para la poesía. Intenté llevar un diario, pero no pude. Me sentí falso. Lo que estoy trabajando ahora es una novela titulada Confesiones de Tamara Fiol. Espero que salga este año. Aún no sé en que sello editorial. Es la historia de un cronista de guerra que reside en Nueva York que se interesa por lo que está pasando en el Perú. Publica un reportaje sobre las senderistas, pero queda insatisfecho pues considera que no ha llegado a la intimidad de estos personajes. Ahí conoce a Tamara Fiol, quien estaba muy ligada a las luchas populares.