lunes, abril 28, 2008

Foro sobre poder mediático


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Quipu: «Ripucuchcaniñam ccamña allimlla», de Juan Osorio Ruiz


El tercer escritor elegido para su publicación en Quipu es el hasta hoy inédito narrador Juan Osorio Ruiz, nacido en Huancayo en 1976.
A partir de la fecha, Quipu anuncia que sus ediciones serán mensuales y ya no quincenales, de modo que los cuentos o poemas ganadores serán publicados por la red de blogs asociados al proyecto no cada dos lunes, sino cada cuatro lunes de ahora en adelante, para facilitar la labor de las personas encargadas de la evaluación.
Asimismo, comunicamos a los lectores y participantes que uno de los ofrecimientos que recibimos en un principio, la publicación impresa de los textos en el suplemento
Identidades del diario El Peruano, no se ha podido mantener en pie en razón del poco espacio disponible en el periódico, motivo que escapa al poder de los encargados de este proyecto.
Quienes necesiten recordar las bases de participación, podrán verlas en los blogs
Puente Aéreo y Quipu esta semana.


Ripucuchcaniñam ccamña allimlla

Mi bisabuela llegó desde Huancavelica unos meses después de la muerte de mamá, a mitad de una tarde en la que las ventanas lagañosas impregnaban de frío la sala de mi casa. Llegó del brazo de mi padre, su nieto, envuelta en sus innumerables polleras, luciendo un sombrero gris decorado con coquetos ribetes rojos, saludándonos con tiernas frases quechuas llenas de diminutivos y con una minúscula maletita en la que traía todo lo que necesitaba: una que otra prenda de ropa, una bolsita con menjunjes que sólo ella sabía utilizar y el álbum de fotos familiares de contenido casi arqueológico.
Una vez instalada en la que era hasta entonces mi habitación, mi padre nos convocó a mis hermanas y a mí para pedirnos estar siempre solícitos y atentos con ella por lo avanzado de su edad. Sin embargo, pronto descubrimos que mi bisabuela tenía la rara cualidad de anticiparse a todo, y a todos: se levantaba muy temprano y con el caminar propio de quien ha comprendido que hay un momento en la vida a partir del cual toda prisa es inútil, pues todo plazo se vence y toda prerrogativa se acaba, se dirigía a la cocina a preparar el más viscoso y más delicioso quáker con leche del mundo. Y antes de que cualquiera de nosotros dijera “Buenos días abuelita” ya estaba ella disponiendo las ollas y cortando las verduras en trocitos de exactitud matemática para prepararnos el almuerzo. Y mientras se cocían las verduras y echaban color los guisos, se sentaba al lado de la cocina a gas, que desdeñaba en un comienzo, a saborear sus trocitos de pan remojados en quáker con leche, haciendo largas pausas y dando mordiscos suaves y periódicos, cual sacerdote en ofrenda eucarística, con una parsimonia que no era producto de la disminución de sus fuerzas, sino de su sabia actitud ante la vida.
Mi abuelo, su hijo, había llegado también a nuestra casa un mes antes a insistencia de mi padre pues los muchos años de bohemia le estaban pasando factura (intereses moratorios incluidos) y aunque a regañadientes, había sido internado en una clínica cercana donde tratarían de curarlo. No había pasado ni una semana desde la llegada de mi bisabuela cuando recibimos la noticia de que los riñones de mi abuelo habían dejado de funcionar. Tras una corta agonía falleció por insuficiencia renal.
Dicen que mi bisabuela había criado a mi padre, su nieto, a mi abuelo, su hijo; había cuidado también de su esposo, mi bisabuelo, y desde muy corta edad, se había encargado de la atención de su padre, mi tatarabuelo. A la luz de los resultados, su caprichosa buena salud no había sido un don tan preciado pues mientras los eslabones más antiguos de esa cadena interminable que es una familia, se habían ido muriendo, a ella le había tocado en suerte mantenerse a pie firme sosteniendo la cadena, sepultando a los más antiguos, y cuidando de los más jóvenes sin emitir queja alguna.
Al contrario de lo que todos pensábamos, la partida de su hijo, mi abuelo, no la afectó demasiado, parecía siempre encontrarse de buen ánimo, excepto algunas mañanas muy temprano, cuando yo la sorprendía sentada en el jardín interior de la casa, con la mirada perdida y hablando sola con ese tonito arrullador que sólo la gente de la sierra es capaz de pronunciar, delicioso, melancólico y musical.
A partir de la muerte de mi abuelo fuimos nosotros, sus bisnietos, los destinatarios de toda su atención; sus mimos se hicieron más prolíficos, sus comidas más reconfortantes, las conversaciones en quechua con mi padre fueron más subliminales a mis oídos y los tejidos de tupida lana con los que nos enfundaba para soportar el frío serrano no tuvieron comparación.
Pero pronto la acrobática economía familiar fue ensombreciendo nuestro cómodo chalet como se oscurecen las tardes antes de una severa granizada. Mi padre era un policía ejemplar pero un pésimo negociante. Y si bien al comienzo no todo el dinero se perdió en las dislocadas empresas que iniciaba, su soledad terminó deprimiéndolo y conduciéndonos a todos a los linderos de la ruina.
Así pasaron varios meses en los que algo fue cambiando en casa. A medida que mi padre se sumía en más deudas, los cariños de mi bisabuela fueron adquiriendo una dimensión distinta, aunque se mostraba excesivamente maternal, nosotros ya estábamos bastante crecidos como para aceptarla como reemplazante de nuestra madre. Aunque no era su culpa, había llegado a nuestra casa demasiado tarde, a destiempo. Así que pronto sus cariños nos hostigaron, sus comidas perdieron el encanto y hasta mis hermanas prefirieron enfrentar al frío invierno en los brazos de algún adolescente oportunista y ya no con las chompas de lana tejidas por mi bisabuela.
Entonces ella, silenciosa y discreta, no hacía mayor cosa que acurrucarse al lado de la cocina a gas, que ya no desdeñaba tanto, inquebrantable en su intención de confeccionar innumerables prendas de lana con la esperanza de que alguna vez volviéramos a usarlas.
Así, nuestra anciana huésped fue paulatinamente convirtiéndose en un mueble confinado en un rincón de la cocina, aferrada a sus costumbres e imposibilitada de comunicarse con nosotros por las distancias del idioma y las insalvables brechas abiertas por el tiempo y las circunstancias.
Aquella noche mi padre había llegado borracho a casa y mi bisabuela, diligente como siempre, le había servido una gran taza de café cargado, lo había llevado hasta su dormitorio y le había intentado quitar los zapatos antes de recostarlo en su cama. Mi padre, obnubilado por el alcohol, se había empecinado en dormir con los zapatos puestos, algo que para mi abuela era inaceptable. “Déjame tranquilo que tú no eres ni mi esposa, ni mi madre” le había imprecado. Tras una pausa prolongada, ella sólo llegó a decir: “Ripucuchcaniñam ccamña allimlla” y en silencio se retiró a su habitación.
A la mañana siguiente, cuando me levanté, encontré ropas tiradas a lo largo del oscuro pasadizo que conducía al jardín interior; allí, junto a la puerta, se encontraba mi bisabuela sentada en una diminuta banca que se ahogaba entre sus polleras, cortando con unas viejas tijeras la última chompa que había tejido con incansable esmero. Sus labios susurraban una cancioncilla medio triste y medio dulce que me pareció reconocer, quizá de algún tiempo remoto en el que yo aún no existía.
Caminé hasta colocarme junto a ella, sus delicadas manos soltaron las tijeras y me acomodaron el cabello dándome luego la usual nalgadita convertida en caricia. “Ripucuchcaniñam ccamña allimlla huahua”, me dijo a mí también. A pesar de no entender el significado de aquella frase impronunciable para mí, supuse que quería que la dejara sola. Mientras ella retomaba sus insondables pensamientos me escabullí hasta el umbral de mi dormitorio desde donde todavía podía verla. Su canción terminó unos minutos después para dar paso a un silbido entonado, alternado con gorgoritos deliciosos que me hicieron sonreír. Y con toda calma, como la había visto desde su llegada, se levantó y caminó hasta su cuarto, abrió aquella diminuta maleta con la que había arribado, sacó las fotos que guardaba celosamente y las puso en su velador, en su lugar introdujo los retazos de las prendas de lana que había cortado; la cerró sin prisa, la puso debajo de su cama y se acostó.
La mañana estaba sorprendentemente quieta y tibia, las paredes verde pastel de su habitación hacían ver su cuerpo más pequeño y más distante. Alguna avecilla dejaba oír su trinar en el preciso instante en el que comprendí lo que sucedería después.
Con la mirada incrustada en el techo se persignó juntando sus manos, rezó con ese repetido susurro algodonoso y cuando hubo terminado se persignó, tomó la colcha que le llegaba hasta la cintura y se cubrió el cuerpo y luego el rostro, hasta quedar en la posición exacta en la que quedan los muertos. Y luego partió, partió en busca de la muerte que la había dejado olvidada en mi casa.

viernes, abril 25, 2008

La Gran Prueba


El administrador de este blog, fanático de los programas de concurso por televisión, expresa su protesta por el cambio de animadora en La Gran Prueba, de Visión 20. Milene Vásquez (en la foto) —luz de donde el sol la toma / hermosísima paloma— ha dejado paso a Erika Villalobos, demasiado cordial, demasiado sonriente y demasiado aburrida.
Ciego como estaba, el administrador de este blog dejó de ver los errores del programa que hoy percibe con frecuencia. Hace un par de semanas, por ejemplo, Erika Villalobos explicó que el cuento «Los gallinazos sin plumas» de Julio Ramón Ribeyro narra la historia de la explotación de los hermanos Efraín y Enrique a manos del viejo Pascual. El viejo, como sabemos, se llama Santos. Pascual era el chancho de «gigantesca mandíbula» al que debían alimentar los muchachos.
El despelote llegó hace unos días. En el panel de la frase que los participantes deben averiguar se había escrito como respuesta: «Voy a ser magia con un verso aquí esta noche», en lugar del homófono aunque correcto «Voy a hacer magia con un verso aquí esta noche».
Claro que resbalones de este tipo se cometen en todas partes. Hace cosa de un mes, en un partido de fútbol de la Copa Libertadores entre el Bolognesi y el Cienciano, el comentarista de Fox Sports afirmó algo así como: «Tacna es una tierra con mucha literatura. Tiene una universidad, al igual que en la ciudad del otro equipo peruano en la copa, el San Martín. Es que Tacna es la tierra de Mario Vargas Llosa, gran escritor...».

Imagen: sexygirlsinc.blogspot.com

Feria del Libro en Lima Norte


Lima Norte, parte de la capital integrada por siete distritos —Ancón, Carabayllo, Comas, Independencia, Los Olivos, Puente Piedra y San Martín de Porres—, y dotada de un potencial económico nada despreciable, tendrá una feria del libro propia, gracias a la Cámara Peruana del Libro. La actividad se desarrollará en el centro comercial Mega Plaza de Independencia, desde el 16 de mayo al primero de junio. Serán presentados más de 55 mil títulos. Se espera la visita de al menos doscientos mil visitantes.
La feria tendrá 45 expositores, sesenta eventos culturales y artísticos, y presentaciones de libros como Pachacámac, develando el misterio del valle de Lurín, de Alejandro Balaguer, La historia de Leusemia, de Daniel F, y Un duro despertar de Aldo Pancorvo. El invitado de honor será el artista Fernando de Szyszlo, quien presentará la revista Cuadernos Literarios de la Universidad Católica Sedes Sapientiae, patrocinadora del evento.

Ribeyro y la presunta homosexualidad de Haya


Hace dos noches se presentó en Enemigos Íntimos, el programa de Beto Ortiz y Aldo Miyashiro, una entrevista censurada al crítico André Coyné realizada por el periodista Ramón Azabache para un programa de Trujillo. En la entrevista, Coyné —que había declarado algo semejante en Llámalo amor, si quieres de Toño Angulo— dijo que Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del Partido Aprista, acostumbraba visitar centros nocturnos “para muchachos” en París. Ortiz presentó el diálogo censurado afirmando que la presunta homosexualidad de Haya no resta méritos a su labor intelectual, reflexión que resultaría irrecusable para cualquier persona de mediana tolerancia, salvo para ciertos correligionarios de nuestro partido de gobierno.
El caso es que en el segundo volumen de Cartas a Juan Antonio, de Julio Ramón Ribeyro, aparece una cita que confirmaría la versión de Coyné. El 24 de febrero de 1966, Ribeyro cuenta que Haya de la Torre, a quien conocía “poco, de saludos, de cambios de fórmulas de cortesía”, había sido golpeado por desconocidos en París. “Nunca he sabido quiénes fueron, por más que traté de informarme. Unos dicen que fueron unos estudiantes de izquierda. Esto me parece improbable, pues tengo enlace con ellos y me habría enterado. Otros dicen que fue un lío de maricas, pues los cafés que frecuenta Haya son de esa calaña”.
La pregunta es: ¿censurarán a Ribeyro?

Imagen: www.latinamericanstudies.org

miércoles, abril 09, 2008

Porta9


Francisco Ángeles me pasa la voz de su nuevo proyecto: la revista literaria on line Porta9, que de arranque acaba de presentar una muy buena entrevista en vídeo a Mario Bellatin. Conversaciones como estas, con distintos escritores, se publicaran todos los lunes. Los miércoles podremos leer las columnas de los ex Habladores Carlos Calderón Fajardo (¡qué buena noticia!), Leonardo Aguirre, José Güich, Andrea Cabel y Francisco Izquierdo Quea. Finalmente, los viernes se presentará una reseña de un libro reciente, sección a cargo de Marlon Aquino, Jack Martínez, Niki Tito y Juan Francisco Ugarte.
Según Francisco, "Porta9 cumplirá una doble misión: por un lado, colaborar en la difusión de la obra de escritores que no encuentran espacio en medios; por el otro, abordar con mayor detenimiento (con reseñas, artículos y entrevistas) la obra de los autores que sí tienen difusión, pero que las páginas culturales de los diarios (por falta de espacio o de interés) no alcanzan a abordar satisfactoriamente".
Larga vida a Porta9.