A quienes deseen conocer pormenores de la presentación del estupendo Lecciones de origami, de Augusto Effio, les recomiendo la crónica del baliente Sinchi Carlos Barrientos, asote dela injusticia.
Haciendo clic aquí encontrarán el texto del blog Amazonas-Metrónomo.
Agradezco a Charles no haber hecho mención de cierta ignominia despedida públicamente por el tal Effio hacia este pechito. ¡Piko de oro, te ganaste una butifarra y una manzanilla!
5 comentarios:
A medida que vayan apareciendo, iré colgando los links referidos a Lecciones de origami. El primero es la entrevista a Augusto del periodista Ernesto Carlín.
Se encuentra en:
http://tanquedecasma.blogspot.com/2006/12/un-metaliterario-suelto-en-los-andes.html
En este link del blog Otro-No pueden encontrar las palabras de presentación de Enrique Prochazka:
http://otrono.blogspot.com/2006/12/el-origami-de-leer-bien.html
Las lecciones de Effio Ordóñez
SANDRO BOSSIO S.
Diario Correo (Huancayo)
Conocí a Augusto Effio Ordóñez por sus magníficos cuentos. El primero que leí de él, de una factura impecable, fue el que ganó el premio literario de librerías Crisol, Pie de página, y me arrobó por su formalidad, su estructura y su estética.
Después leí su carta de amor que obtuvo el premio de la revista Caretas, una auténtica poesía del corazón, y ahora último el cuento con el que se acercó peligrosamente al premio Copé último: Lecciones de origami.
Este revelador escritor huancaíno acaba de publicar su primer libro de cuentos, precisamente con el título Lecciones de origami, auspiciado por la editorial Matalamanga.
Después de una lectura atenta de estos cuentos, la soledad de los personajes queda rozándonos la piel como un suave céfiro, y los conflictos psicológicos martilleando en nuestra cabeza. La delimitación emocional de los sujetos fictivos está tan bien obrada que cada uno de ellos se convierte en un ser humano de carne y hueso, palpitante, sufriente, tal como nos dicen los cánones literarios que deben ser los personajes: inventados pero reales. La percepción de estos atónitos actores que parecen arrancados de una obra teatral de Beckett (es decir, inusualmente lúcidos y no inusualmente vacilantes) le otorgan ese viso de sombría ilustración a los relatos, ese toque de genialidad que tanto admiramos en los cuentos de los argentinos y chilenos de la última generación. Aun cuando se tratan de cuentos urbanos, los de Effio Ordóñez no presentan a la gran urbe como escenario principal, sino apenas como un elemento utilitario, de contexto, pues la verdadera locación es la mente de los personajes. Desde mis lecturas de El lobo estepario, de Hermann Hesse; y El lamento de Portnoy, de Philip Roth, no había vuelto a leer narraciones tan profundamente psicológicas y tan endiabladamente intrincadas en términos mentales.
Este componente en Effio Ordóñez se enlaza con la hondura: él apuesta por lo profundo, por lo formal y complejo, sin restricciones. Esto no quiere decir que su literatura retome las formas gravosas del barroquismo. Quiere decir, por el contrario, que valiéndose de recursos llanos –sumamente contemporáneos–, despliega temas humanos de una amplitud impresionante. Aún cuando leemos sus cuentos de temática erudita (en los que asoma otro gran narrador psicólogo: Leonardo Sciascia), encontramos que la materia densa del relato se halla como atemperada en un lecho diáfano de frases perfectas.
La hondura tiene que ver también, y mucho, con las estructuras. La preocupación por crear un mundo psicológico paralelo al nuestro, se da mediante una complicada red de secuencias milimétricamente planificadas, de cuyo conjunto resulta un nuevo orden de historias, donde casi siempre el dato escondido, los conflictos y el suspenso van integrándose a un texto pulcro e irreprensible. Así, las tramas nunca decaen.
Es aquí donde asoma la tercera virtud del trabajo de Effio Ordóñez: la belleza. Sus textos, aun los más extravagantes y complicados, exponen una escrupulosa preocupación por el lenguaje formal, dotando al texto de un estilo sereno y una prosa pulquérrima pocas veces vistos. El ritmo narrativo de los cuentos, por otro lado, se configura en otro acierto estético.
Pues, bien, Augusto, sólo nos queda estrecharte la mano y darte la bienvenida a este terrible valle de lágrimas que es la literatura.
Alquimista de palabras
Diario Correo
8 de enero de 2007
Entrevista de Carlos Sotomayor
Augusto Effio pertenece a esa clase de escritores para quienes el lenguaje, como apunta Enrique Prochazka, es, más que una herramienta, un fin en sí mismo. Lecciones de origami (Matalamanga, 2006), además de ser una prueba irrefutable de esto, nos presenta a un diligente observador de la naturaleza humana
Carlos M. Sotomayor
Correo: Los relatos del libro conforman una unidad. ¿Cómo lo concebiste?
Augusto Effio: Siempre tuve claro que las seis historias formaban parte de una unidad. Existen dos tipos de cuentos para mí: cuentos con biografía, que van creciendo, que tienen su niñez, su adolescencia, su pubertad. El tiempo puede enriquecerlos o no. Pero hay otro tipo de cuentos con fecha de caducidad, que si no los escribes en el momento, se pierden. Y en este conjunto sólo hay uno con fecha de caducidad y que felizmente llegué a escribirlo, y es el último del libro.
C: Una particularidad del libro es la evidente preocupación por el lenguaje...
AE: Ahora que estoy en proceso de escribir mi segundo libro, que espero sea una novela no tan larga, me doy cuenta de algo: me interesa mucho la historia, una anécdota que contar, pero ese no es el fin primordial. Si algo disfruto a la hora de escribir es armar frases, el sonido de la frase. Lo que yo llamo el mecanismo: un detalle que puede aparecer en un lado y luego se traslada a otro, un guiño. Y eso toma su tiempo. Creo que no soy el tipo de narrador que privilegia la historia por sobre el lenguaje.
C: En el libro hay una ciudad ficticia, San Cristóbal...
AE: Eso fue deliberado. Por alguna razón, en algo influye el hecho de que provengo de una provincia que quiero y odio con la misma intensidad. Cuando me plantee estas historias todas estaban vinculadas con una provincia. Y al momento de llevarlas al papel no quise que esta provincia sea identificable. No se sabe si es costeña o serrana. No tiene rasgos identificables, pero por eso mismo creo reconocibles para muchas personas. Basta con ir a cualquier capital de provincia del Perú para encontrarse con los rasgos que la definen: caótica, oscura. Y es una ciudad que define en algo la personalidad de los personajes.
C: Otra particularidad tuya es la meticulosa construcción de personajes. ¿Qué los podría vincular?
AE: Respecto de los personajes, que era lo que más me interesaba de las historias, hay ciertos denominadores comunes. Todos los personajes se mueven en un ambiente corrupto, en distintos niveles. Fue deliberado, pero no fue consciente. Ahora sí lo es: detrás de todo lo que escribo está como gran tema la corrupción.
C: Enrique Prochazka, quien así nomás no obsequia elogios, ha tenido a bien resaltar tus virtudes...
AE: Yo soy consciente de que Enrique es un escritor de verdad. Escritor al que nunca voy a acercarme ni en el mejor de los escenarios, porque además tiene ya una buena cantidad de libros publicados. Pero compartimos una visión sobre el gusto de la literatura, ese cuidar el lenguaje. Sus comentarios los tomo como un acto de generosidad de alguien que coincide con uno, sobre todo en el gusto de la lectura.
C: ¿Qué autores te han influido?
AE: Uno se da cuenta de las influencias mucho después, sólo cuando otro se las hace notar. Y creo que uno no tiene padres sino tíos lejanos, y uno se termina pareciendo a ellos a pesar de uno mismo. Ahora, sin perjuicio de lo que he dicho, este libro en particular está escrito bajo la sombra de un escritor específico: Juan Villoro.
C: Lo llegaste a conocer, ¿verdad?
AE: Lo conocí cuando vino a Lima, y se lo hice saber. El libro no había sido publicado aún y él, por alguna razón, también tuvo la generosidad de dejarme su dirección y su mail y hemos estado intercambiando mails. Ya le hice llegar el libro en físico, y va a poder comprobar si ha influenciado o no.
La casi perplejidad de los losers
Olga Rodríguez Ulloa
San Cristóbal es un pueblo silencioso, donde la vida transcurre perezosa y olvidada. Para matar el tiempo, sus habitantes pueden recurrir al origami, a la confección de estatuillas de bronce, a la elaboración de tesis históricas sobre la Alemania nazi, o a tramar ajustes de cuentas. Es allí donde transcurren –casi en su totalidad– los relatos del primer libro de Augusto Effio Ordóñez, Lecciones de origami, de una prosa sugerente, de quiebres oscuros y de tono parejo, tanto que por momentos sus desenlaces resultan previsibles.
Con esta colección, entramos en un mundo que debe ser trastocado por las voluntades de los y las protagonistas. Ellos y ellas deberán revertir sus condiciones desventajosas, deberán hacerse un lugar desde la venganza, el delito o la vehemencia. En ese sentido, sus elucubraciones y justificaciones resultan particularmente atractivas. Sus monólogos, pues, están plagados de ironía, sarcasmo y de la aguda observación de quienes se saben perdedores.
En el primer cuento homónimo encontramos la historia de una trabajadora de ministerio –vinculada sentimentalmente con su jefe– quien planea una estafa junto con una compañera y que se verá azarosamente traicionada. Lo más resaltante es la manera en que ella nos narra “Mis aflicciones se parecen más a la presencia de una molesta mascota que entra y sale de la casa cuando le viene en gana, con las patas sucias de quién sabe qué y que no ha aprendido a depositar sus excrementos en una caja de arena o a tratar con amabilidad los muebles” (21).
Effio apela a la sorpresa en sus relatos. Esta se urde a partir de la perspicacia de los “secundarios” quienes, tan anodinos como los protagonistas, terminan siendo los vivos de la película gracias a una voz narrativa de cálculos erráticos. La constante es que “nadie sabe para quién trabaja” y que se culmina en una posición que nunca se abandonó del todo.
Con los cuentos finales tenemos ya la sensación de que los patrones serán más o menos los mismos. Son las frases de Effio las que acaban por salvar lo predecible de sus personajes y sus situaciones. Abocado al análisis minucioso y a las descripciones detenidas en lo emocional sin rayar el facilismo, el autor se muestra, en buena cuenta, como un hábil retratista de la abulia, de sentimientos agobiantes, esos que se reiteran en ministerios, pueblos chicos y matrimonios infelices.
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