En el reciente artículo que ha publicado en La Nación de Argentina, Alfredo Bryce destruye el conocido mito según el cual los hombres delgados son todos elegantes, listos e inteligentísimos. Esta creencia está bastante asentada y en algunas personas es un axioma irrebatible. Recuerdo una declaración de Mario Vargas Llosa sobre los trabajos últimos y de baja calidad de Orson Welles, que él atribuía a la gordura que había adquirido el cineasta (en la foto). Vargas Llosa relacionaba la obesidad con un síntoma de decadencia intelectual.
En el siglo XIX la apariencia delgada fue también muy apreciada. Alexandre Dumas padre escribió en sus memorias que en la década de 1820 "estaba de moda padecer de pecho; todo el mundo estaba tísico, sobre todo los poetas, y resultaba elegante morir antes de los 30 años".
En general, seamos sinceros, nadie atribuiría inteligencia o talento a un John Keats gordo, a un Kafka rebosante o, en otro tiempo y asunto, a un Mick Jagger entrado en carnes. En el Perú, un flaco famoso fue Julio Ramón Ribeyro. El mismo Bryce es una persona delgada.
Sobre esto dice el autor de Un mundo para Julius:
"Es obvio que en todo lo dicho hay literatura a secas y especulación. Más aún, se roza una seudociencia bastante peligrosa, la fisiognomía, que intenta adivinar el interior de las personas desde su parte externa. Tal seudociencia ha tenido mucho más importancia en la historia de lo que se cree, y sigue estando presente en una mezcla de intuición popular y saber culto. El de nariz afilada sería listo y el de cara bovina, tonto.
"Y eso no es verdad. De ahí que convenga traerse abajo el mito de la delgadez. Lo cual no significa, por supuesto, que el sobrepeso sea una virtud o que acumular kilos nos dé la medida exacta de una robusta salud. Tal vez en estos casos, como en todo lo importante, el equilibrio y la proporción estén en su sitio, mientras que un exceso de imaginación o la rápida universalización de ejemplos particulares son caminos a la equivocación".
El artículo completo aparece en el primer comentario de este post.
3 comentarios:
Contra el mito de los delgados
Por Alfedo Bryce Echenique
Para LA NACION- Lima, 2006
Se le atribuye a don Gregorio Marañón la frase según la cual hay dos tipos de individuos: los delgados y los enfermos. La imaginación de don Gregorio se posó en el flaco para oponerse al enfermo. Por su parte, Aristóteles -en una gigantesca zancada hacia atrás en el tiempo- escribió que los delgados son elegantes. ¿Y quién no ha oído exaltar la espiritualidad de las figuras del Greco precisamente porque se estiran, como las catedrales góticas, hacia el cielo?
El romanticismo, por su parte, asoció, en metáfora célebre, la tuberculosis con la genialidad. El tuberculoso, con su calidez y carencia de peso, expresaba una vida ardiente, un alma intensa y una inteligencia de relámpago. Esta mirada al cuerpo humano es muy distinta a la del célebre Marañón, pero da calidad a lo delgado, otorgándole un sello muy positivo.
Es obvio que en todo lo dicho hay literatura a secas y especulación. Más aún, se roza una seudociencia bastante peligrosa, la fisiognomía, que intenta adivinar el interior de las personas desde su parte externa. Tal seudociencia ha tenido mucho más importancia en la historia de lo que se cree, y sigue estando presente en una mezcla de intuición popular y saber culto. El de nariz afilada sería listo y el de cara bovina, tonto.
Y eso no es verdad. De ahí que convenga traerse abajo el mito de la delgadez. Lo cual no significa, por supuesto, que el sobrepeso sea una virtud o que acumular kilos nos dé la medida exacta de una robusta salud. Tal vez en estos casos, como en todo lo importante, el equilibrio y la proporción estén en su sitio, mientras que un exceso de imaginación o la rápida universalización de ejemplos particulares son caminos a la equivocación.
No olvidemos que las reglas culturales cambian de un lugar a otro y de un tiempo a otro. Tampoco olvidemos que, a la hora de tipificar, y de modo casi inconsciente, elevamos a la categoría general lo que no deja de ser proyecciones puramente subjetivas. Y no olvidemos -cosa aún más decisiva- que los extremos se tocan. O, para decirlo en palabras de un escritor francés, los extremos nos tocan. El constitutivamente delgado es ligero y bello para ciertos fines, mientras que el más gordo lo es para otros. La perspectiva varía en función de aquello que coloquemos como meta. Es bien conocido que a cada temperamento se le asocia una figura física determinada.
Pero repitamos una vez más que se trata de indicaciones y no de verdades eternas, y mucho menos de categorías precisas en las que, como piedra filosofal, podamos confiar plenamente. Los mitos son peligrosos en general. Exageran verdades y así se convierten, mal usados, en falsedades. Sucede igualmente con la delgadez. Supongamos que a nuestro padre siempre lo hemos tenido presente en su figura delgada, mientras que a nuestra madre la recordaremos también siempre en su cuidado para no engordar. Aparece entonces en nuestra fantasía un ser mixto, casi perfecto, que está constituido por uno y por otra. Y es que, como en el camino del medio aristotélico o budista, la virtud huye de las esquinas.
Interesante artículo, Juan Carlos. En "39 escritores y medio", de Jesús Marchamalo, leo que Neruda sostuvo durante una época que los poetas debían ser gordos, que habían pasado los tiempos de los poetas famélicos del Romanticismo, que él quería ser como Balzac. Estuvo cerca ¿no?
Saludos cordiales.
¿ Y las cejas arqueadas a lo Zp?
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