Por regla general, cuando pensamos en literatura negra se nos vienen a la cabeza imágenes de homicidios, asesinos a sueldo, trampas mortales, crueles palizas, vale decir, todo un tufillo a sangre y violencia que deja los nervios de punta al común de los lectores. Tonino Benacquista quiebra la norma con el excelente volumen de cuentos La máquina de triturar niñas, que reúne quince textos a la vez muy negros, muy divertidos y muy ingeniosos. Si por el título piensa que el libro le brindará torturas o masacres, vaya dándose por mal servido. Ninguna niña es martirizada ni mucho menos. Encontrará, eso sí, personajes y situaciones increíbles: una actriz que envenena a su amante actor para que aprenda a representar la muerte, una Feria del Crimen que tiene a feroces homicidas como panelistas, un policía encargado de atrapar a un asesino de repartidores de pizza o un suicida que prolonga su muerte para escuchar al vecino que toca pésimamente el violonchelo.
En todos los relatos existe un toque absurdo o tirado de los pelos que funciona como motor argumental. Sin embargo, Benacquista se las ingenia para desarrollar sus tramas de manera verosímil y, lo que no es poco mérito, las transporta a un final mucho más sorprendente que el esperado.
La prosa no es bella ni artística. Benacquista prefiere la lectura fácil, el coloquialismo, y escribe sus quince cuentos en primera persona. El detalle no contendría ningún problema, salvo que el autor hace hablar a todos sus personajes de la misma manera. Un actor, un policía y un parrandero tienen casi el mismo léxico. El inconveniente se acentúa cuando leemos una traducción como la que cayó en mis manos, de la editorial Lengua de Trapo, con muchas “hostias”, “chismes”, “vales” y cuanto españolismo pueda imaginarse en cada uno de los textos.
De todos modos, La máquina de triturar niñas es un libro muy parejo, con por lo menos seis cuentos sobresalientes: “El balcón de Romeo”, “Secuencia lógica”, “El único tatuador del mundo” (un impecable relato corto), “Pizza de Italia”, “Réquiem junto a un techo” y, mi preferido, “El cultivo de la palmera del aceite en el Congo Belga”, acerca del autor de un manual de sembrado que sin querer publica la fotografía de un árbol que esconde un tesoro.
Leí por ahí que Benacquista es un autor de culto en Francia, donde nació en 1961, hijo de emigrantes italianos. Su novela Saga ha sido aplaudida por el público y la crítica. Benacquista abandonó sus estudios de cine para dedicarse a la literatura y en el camino tuvo que subsistir con empleos poco apreciados, pero que, en vista de los resultados, bien valieron el esfuerzo.
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