miércoles, octubre 04, 2006

Jaque a los libros

La última edición de Qué Leer trae un interesante artículo titulado “Jaque a los libros”, acerca de los autores que han escrito sobre el ajedrez o que han sido devotos aficionados a este juego. En este recorrido se nombra a Disciplina de Clericalis (siglo XII), de Pedro Alfonso, “donde la destreza en el tablero se contaba entre las siete cualidades del caballero perfecto”. Un siglo después, en 1283, Alfonso X el Sabio publicó “el mejor libro medieval de juegos”: Libro del ajedrez, dados y tablas.
La excursión continúa en el siglo XX, con la mención a La defensa de Nabokov, Alicia a través del espejo de Carroll, el ensayo El jugador de ajedrez de Maelzel de Poe, “Cartas de mamá” de Cortázar, y La tabla de Flandes de Pérez-Reverte, novela que incluye estos famosos versos de Borges: “Dios mueve al jugador, y este, la pieza / Qué dios detrás de Dios la trama empieza”. De igual modo, la antología Cuentos de ajedrez (Páginas de Espuma) incluye textos de Rodolfo Walsh y Cristina Peri.
El artículo cuenta también que Leopoldo Alas, Clarín, era un mal perdedor y tiraba el tablero cuando caía su rey. (Si no voy mal, creo que Ribeyro era un consumado ajedrecista). Raymond Chandler (en la foto) era otro gran aficionado. En El largo adiós, el detective Philip Marlowe, en lugar de dedicarse a enamorar a Sylvia Lennox, se queda en casa jugando solo al ajedrez:
“Llené la pipa, coloqué las piezas y jugué una partida de campeonato entre Gortchakoff y Meninkin, setenta y dos movimientos hasta llegar a tablas, un ejemplo inapreciable de la fuerza irresistible que se encuentra con el objeto inanimado, batalla sin armadura, guerra sin sangre y derroche tan elaborado de inteligencia humana”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Enlazado desde Presencia cultural

El Doc dijo...

Agregaría la referencia al poema Gambito de Rey de Rodolfo Hinostroza.

Para mi, al menos, que procuro hacer algunas cosas entre las blancas y las negras, fue una verdadera delicia.

Juan Carlos Bondy dijo...

Y también el poemario Jaque perpetuo, de Marco Martos, como bien menciona el blog Presencia cultural en su enlace a este post.