lunes, octubre 31, 2005

Pudor en Página/12


El suplemento Radar Libros del diario Página/12 publicó ayer un comentario muy elogioso a Pudor de Santiago Roncagliolo. Se le llama “excelente novela” y “un delicado calidoscopio que nos invita a entrever escenas de la siempre viva novela familiar”.
El artículo no dice nada de lo que Gustavo Faverón ha llamado “el fantasma del déjà vu masmediático” del libro. Vale decir, los referentes literarios, fílmicos y de sitcoms que encontramos en todas sus páginas: un niño que ve fantasmas (Sexto sentido), una mujer que recibe recados subidos de tono (recuerda a un personaje de Corazón tan blanco), la adolescente “rara” que menstrúa por primera vez (Carrie) o el abuelo esclerótico (el propio autor ha declarado que está inspirado en el abuelo de los Simpson).
Un lema de la música contemporánea dice algo parecido: si vas a hacer un cover (un remake, una nueva versión), debes ser mejor que el original, o al menos debes ser decorosamente distinto.
El artículo señala finalmente que la portada de Pudor es “una de las más bellas y simbólicas que se hayan diseñado en los últimos años”.

sábado, octubre 29, 2005

Títulos latinoamericanos


García Márquez debe de ser el mejor autor de títulos de Latinoamérica. Solo basta echar un vistazo a estos nombres: Ojos de perro azul, El otoño del patriarca y El amor en los tiempos del cólera. Pero el mejor de todos, con ventaja de seis cuerpos, es Cien años de soledad.
Otro autor de títulos excelentes es Jorge Luis Borges. Pensemos en Historia universal de la infamia o El jardín de senderos que se bifurcan. Borges se refirió también a dos títulos argentinos. Uno es Don Segundo Sombra. De este libro dijo: “Qué buen tino tuvo (Ricardo) Güiraldes al abreviar Segundo Ramírez Sombra en Segundo Sombra; es como si repitiera dos veces algo de lejanía”. El otro es La ciudad junto al río inmóvil. Para Borges es el título más lindo de la literatura argentina e incluso confesó: “Siempre le envidié ese título a (Eduardo) Mallea”.
De Julio Cortázar me encantan dos títulos divertidísimos: La vuelta al día en ochenta mundos y Los autonautas de la cosmopista.
Por la misma vereda caminan La Habana para un infante difunto de Guillermo Cabrera Infante (en la foto), Obras completas (y otros cuentos) de Augusto Monterroso, Cómo me hice monja de César Aira y El pudor del pornógrafo de Alan Pauls.
Hablando de Pauls, su novela El pasado se llamó en un primer momento La mujer zombie, pero el autor consideró que el nombre aludía a cierta cultura pop-trash que no le interesaba para su libro. Cambió el título a Ex, una palabra en cierto modo universal, pero que puede relacionarse con condiciones como “ex marido” o “ex pareja”. Pauls lo desechó porque la novela no hablaba solo de eso. Buscó entonces un título más “hospitalario” y llegó a El pasado. Ese nombre, por otro lado, le daba un aire de comicidad, pues imaginó que la gente se referiría al libro como: “El pasado de Alan Pauls es muy entretenido” o “¡Qué trágico es El pasado de Alan Pauls!”.
Otros estupendos títulos latinoamericanos son: Dejemos hablar al viento de Juan Carlos Onetti, La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, Pubis angelical de Manuel Puig, Triste, solitario y final y Una sombra ya pronto serás de Oswaldo Soriano, y Luna caliente de Mempo Giardinelli.
Y creo que la lista se queda corta. Se aceptan sugerencias.

jueves, octubre 27, 2005

¿Los Stones y U2 en Lima?


Acabo de leer la noticia en Terra y en el diario Correo: dos productoras peruanas han unido fuerzas para traer a los Rolling Stones y a U2 a nuestro país el próximo año. Al parecer, la posibilidad es mayor en el caso de las fabulosas Piedras Rodantes, pues se sabe que Mick Jagger desea volver a visitar Cusco y Machu Picchu. Javier Rodríguez Larraín, de la empresa Panda Producciones, ha confirmado que conversará con Bono Vox en diciembre para intentar que el Perú forme parte del Tour 2006 de U2. Comencemos a rezar desde ahora.

miércoles, octubre 26, 2005

El mejor título de la literatura peruana


¿Cuál es el mejor título de un libro peruano en prosa? Sin dudar y con los ojos cerrados se podría mencionar a El mundo es ancho y ajeno, la novela más ambiciosa de Ciro Alegría. ¿Qué hace tan bello a este título? Pues que nos da la idea de un espacio distante e incluso violento, pero sin hacer referencia a ninguna expresión tosca o precipitada. Medalla de oro, evidentemente.
No muy lejos se encuentra La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, que tuvo dos títulos previos bastante indignos para tan estupenda novela. Uno fue La morada del héroe, que aludía a la estatua de Leoncio Prado en el colegio militar, y el otro fue Los impostores, dirigido explícitamente a la pésima educación castrense. Con este último la novela ganó el premio Biblioteca Breve de Seix Barral, pero se cambió a tiempo por La ciudad y los perros, en referencia a la tensa relación entre los cadetes más jóvenes del Leoncio Prado (llamados "perros") y el medio que los cobija, una cada vez más grande y tumultuosa ciudad de Lima. De este modo Vargas Llosa se aseguraba, además, un título muy adecuado para sus conocidas aspiraciones de escribir una “novela total”.
Ribeyro fue también un autor de títulos notables. Algunos de sus cuentos tienen una deliciosa musicalidad (“El marqués y los gavilanes” o “Tristes querellas en la vieja quinta”), pero sus libros son mucho mejores: Tres historias sublevantes, Las botellas y los hombres o Los gallinazos sin plumas (una alegoría de los niños que buscan comida entre los desperdicios de Lima). El nombre de su diario personal, La tentación del fracaso, es igualmente maravilloso. Sin embargo, el mejor título es el que agrupa a sus cuentos completos, La palabra del mudo, en alusión a la voz del marginal o del oprimido.
Por otra parte, Ribeyro fue quien le dio el nombre al primer conjunto de relatos de Alfredo Bryce (en la foto). Ribeyro leyó el manuscrito y dijo: “Esto apesta a huerto cerrado”, y, como sabemos, así se quedó. Bryce había pensado ponerle El camino es así, título con cierto aire moralista y presuntuoso que no le venía nada bien al libro.
Por fortuna, Bryce aprendió la lección y con los años produjo algunos títulos memorables. ¿Alguien podría pensar un título mejor para una novela como La vida exagerada de Martín Romaña? ¿Existe en la literatura peruana un nombre más juguetón y divertido que La amigdalitis de Tarzán? ¿O no es acaso Permiso para vivir un título magnífico para un volumen de memorias?
Oswaldo Reynoso tiene al menos dos títulos brillantes: El escarabajo y el hombre y En octubre no hay milagros. Como anécdota, se cuenta que Manuel Scorza cambió el nombre de su excelente libro de relatos Los inocentes por Lima en rock, un título tan ridículo como desatinadamente “comercial”.
Otros títulos espléndidos son: Diamantes y pedernales de José María Arguedas, No una, sino muchas muertes de Enrique Congrains, El viejo saurio se retira de Miguel Gutiérrez, Tierra de caléndula de Gregorio Martínez, Monólogo desde las tinieblas de Antonio Gálvez Ronceros, La vida a plazos de don Jacobo Lerner de Isaac Goldemberg, Primera muerte de María de Jorge Eduardo Eielson, La paraca viene del sur de José Hidalgo, Las fotografías de Frances Farmer de Iván Thays, Al final de la calle de Óscar Malca y Un descapotable en invierno de Patrick Rosas.
Paren el mundo que acá me bajo fue el título provisorio del primer libro de relatos de Fernando Ampuero. Es absolutamente ingenioso, pero, hasta donde tengo entendido, se trata de una frase del gran Groucho Marx. En todo caso, Deliremos juntos es también un título destacable entre todos los que he citado en este post.

sábado, octubre 22, 2005

¿Cómo se entrevista a Rushdie? (agregado al post anterior)


Entrevistar a Salman Rushdie entraña toda una aventura policial. El reportero dispone apenas de dos horas para su trabajo. No podrá revelar el lugar de la reunión, ni los rasgos físicos de los guardias personales, ni los métodos empleados para la seguridad del escritor. En todo caso, divulgar uno de estos puntos es literalmente imposible, pues el periodista ha sido encapuchado y conducido previamente por un chofer sin rostro a través de las calles de Londres y los suburbios.
Entrevistar a Vaclav Havel es igualmente espinoso, o por lo menos lo era. En cierta ocasión, una reportera chilena tuvo la misión de hacerle una entrevista cuando era presidente de la República Checa. Solo dispuso de treinta minutos contados con cronómetro y tuvo que ser ayudada por un traductor. Havel solicitaba siempre un traductor, pues, a pesar de que habla el inglés a la perfección, no le agrada usar ese idioma. Para encontrarse con Havel hizo falta llegar a Praga, subir al castillo de Praga, traspasar las medidas de seguridad, conversar con secretarios y amanuenses para reconfirmar la cita, subir tres pisos, cruzar enormes salones y finalmente esperar por tiempo indefinido. Las reglas del diálogo fueron impuestas por un vocero oficial, que tenía la facultad de interrumpir la entrevista de un frenazo, incluso si no se había terminado. Increíble.

La industria de fideos letritas


Hace unos años, Gabriel Zaid, el viejo poeta mexicano, hizo este comentario sobre las secciones culturales de los diarios: “Es más rápido entrevistar a un escritor que leer sus libros. En cierta forma, es como haberlo leído un rato, amenamente, en vez de pasarse horas, días y semanas leyéndolo”. Hasta donde tengo entendido, Zaid nunca ha concedido entrevistas ni se ha dejado fotografiar.
Así como él, muchos escritores han lanzado frases entre ingeniosas y mortíferas contra los reporteros culturales.
William Faulkner, por ejemplo, dijo alguna vez: “La razón de que no me gusten las entrevistas es que suelo reaccionar con violencia a las preguntas personales. Si las preguntas se refieren a la obra, trato de contestarlas. Pero si se refieren a mí, puede que las conteste y puede que no. Y aun cuando lo haga, si me hacen la misma pregunta al día siguiente, la contestación tal vez sea diferente”.
Juan Carlos Onetti, por su parte, declaró: “Siempre tengo que soportar a los periodistas que preguntan: ¿Por qué escribe? ¿Para qué escribe? Conversaciones tontas que no hacen más que repetirse y a la que no me queda más remedio que someterme”. En otro momento dijo: “¿Qué hace un viejo como yo tirado en la cama? Leer mucho, escribir mucho y esperar la agridulce felicidad de que, de vez en cuando, una muchacha hermosa me venga a molestar haciendo preguntas”.
En plano más bromista, César Aira ha sostenido: “No me gustan las entrevistas porque no estoy convencido de que mis libros sean buenos y encuentro que es un poco injusto con los editores hablar mal de mis libros y recomendar a la gente que no los lea”.
Otros autores enfurecen por la sola idea de una entrevista y la rechazan de plano. Paul Bowles, para poner por caso, argumentaba: “Hay gente que cree que la persona del escritor tiene algún valor, pero yo no lo creo. Lo interesante de un escritor es lo que escribió, no quién fue o qué sentía. Eso no es nada. Todo está en sus escritos”. Roberto Bolaño pensaba lo mismo.
Luego de un incidente con cierto reportero peruano, Miguel Gutiérrez dijo que algunos periodistas no respetan lo que dice el entrevistado, pues aumentan y disminuyen lo dicho a su antojo. Fernando Vallejo, de igual modo, ha admitido que se horroriza cuando lee una entrevista suya en los diarios. La razón de este espanto es el título que corona el texto, que, a su parecer, invariablemente es una frase fuera de foco o tomada de los pelos.
Por el mismo rumbo se encuentra el excelente poeta José Emilio Pacheco, que señaló en una ocasión: “'Padezco un asedio terrible todos los días por teléfono. Me habla gente preguntándome de cosas que yo no sé... ¿qué piensa de la coalición?, ¿qué piensa del aborto?, ¿cómo ve el sida?... ¿Qué puedo saber yo de eso? No me gustan las entrevistas, porque uno se vuelve actor y solo busca quedar bien. No hay conversación”. Emil Cioran también detestaba dar declaraciones a la prensa. Pero cuando aceptaba darlas, cuando capitulaba, se mostraba muy amable y nostálgico.
Jorge Luis Borges (en la foto) merece capítulo aparte. “El periodismo es una industria como los fideos letritas”, afirmó una vez. En otra oportunidad, durante un viaje a Estados Unidos, un reportero le solicitó su opinión sobre la labor de las masas. “Bueno”, dijo Borges, “veo que usted es platónico y yo aristotélico. Yo no pienso en las masas, yo pienso en los individuos. Su pregunta es demasiado abstracta para mí”.
Sobre los periodistas en general, afirmó: “Creo que estoy dejándome estafar por ellos. Ellos cobran por los reportajes y no me pagan ni un centavo... Pero la televisión es lo peor. Lo someten a uno a incomodidades basadas en la idea de que uno desea ser visto y yo no me considero especialmente lindo... No tengo ganas de que me vean”.
Pues bien, ¿qué diría Borges al ver todo lo que hace un escritor contemporáneo cuando publica un nuevo libro (larguísimos viajes, veinte entrevistas diarias, apariciones en televisión, rondas de autógrafos y aburridas presentaciones)?

martes, octubre 18, 2005

El Planeta de todos los años


El Premio Planeta se ha convertido en todo un espectáculo. Año tras año, hay siempre un roce o una opinión malévolamente divertida. ¿Existe un certamen más desprestigiado que este?
En la versión de 2005, el jurado Juan Marsé (en la foto), que el año pasado habló muy mal de la ganadora Lucía Etxebarría, dejó en esta ocasión una frase de antología: “Mi opinión personal de las obras que han llegado como finalistas es que el nivel es bajo y en algunos tramos incluso subterráneo”. Marsé renunció hoy a su cargo, pues no se atendieron las sugerencias que propuso para la selección de las obras finalistas. Es un secreto a voces que el escritor deseaba declarar desierto el premio de este año.
Carlos Pujol, otro miembro del jurado, desdeñó la abundancia de novelas concursantes con temas de historia y aventuras, como en el best seller El Código da Vinci.
A fin de cuentas, la ganadora de la edición 54 del Planeta es Maria de la Pau Janer. Jaime Bayly quedó finalista, pero no se mantuvo con la boca cerrada como sucedió con Lucía Etxebarría hace unos meses. Como quien no quiere la cosa, saludó el espíritu “rebelde” y “cascarrabias” de Marsé, y dijo que un escritor como él podía exigir “obras tan buenas como las suyas”. Es decir, se sentó elegantemente en sus opiniones.
Me encanta el Planeta. Voy a esperar ansiosamente la próxima versión.

viernes, octubre 14, 2005

El nuevo Nobel


Hace menos de una semana, Knut Ahnlund, que ocupaba la silla número siete en la Academia Sueca, renunció a la institución echando pestes contra los demás miembros y contra los premiados con el Nobel en años anteriores. Ahnlund dirigió sus misiles especialmente hacia Elfriede Jelinek y afirmó que su obra es “pobre”, “insuficiente”, “pornográfica” y “carente de gusto”.
Por ese motivo, algunos ingenuotes (como quien escribe) pensábamos que este año la Academia Sueca iba a sacudirse de sus famosos prejuicios para elegir a los premiados, que, por ejemplo, dejaron sin Nobel a un Borges o a un Joyce. Incluso estuve a punto de apostar por Mario Vargas Llosa, mi eterno candidato, pero sabiamente me contuve a tiempo.
En fin, el elegido es Harold Pinter (en la foto), un dramaturgo con una treintena de obras y orgulloso intelectual con compromiso político. La primera en celebrar el triunfo fue Jelinek, naturalmente, que llamó escritor “fantástico” a Pinter y halagó su simpatía con la izquierda.
Luego de superar un delicado tratamiento contra el cáncer, a principios de 2003, Pinter comentó así la invasión a Afganistán: “Supe que emerger de una pesadilla personal era entrar en una pesadilla pública infinitamente más avasallante: la pesadilla de la histeria, la ignorancia, la arrogancia, la estupidez y la beligerancia norteamericanas”. Entre otras cosas, Pinter ha sostenido que Tony Blair es un “criminal de guerra” y que Estados Unidos es una nación dirigida por una “pandilla de delincuentes”.
En marzo de este año Pinter declaró que el clima social en su país era “muy, muy preocupante” y que había decidido alejarse de la creación artística. De esa forma podría dedicarse a tiempo completo a enjuiciar la labor de los dirigentes políticos, trabajo que ha realizado con gran eficiencia.
Pinter deseaba el Nobel de la Paz y se llevó el de Literatura.

martes, octubre 11, 2005

Vargas Llosa en escena


En “La verdad de las mentiras”, el último artículo que ha publicado en El País, Mario Vargas Llosa cuenta una historia exquisita: su primera experiencia en las tablas a los 69 años. La idea empezó a germinar hace algún tiempo, en Turín, cuando se entrevistó con Alessandro Baricco y conoció el espectáculo que este había montado en la ciudad: el autor de Seda aparecía en las tablas acompañado por una actriz y leía fragmentos narrativos de sus autores predilectos.
La idea de esta puesta en escena atrajo a Vargas Llosa y le quedó revoloteando en la cabeza durante unos años. Incluso cometió el atrevimiento de proponerla al Ayuntamiento de Barcelona, que iba a lanzar un programa de fomento a la lectura por el cuarto aniversario de la publicación de El Quijote. Contra todo pronóstico, el proyecto fue aprobado y Vargas Llosa inició sus trabajos de inmediato. Lo primero que hizo fue escoger sus lecturas. Naturalmente, el invitado de honor debía ser Alonso Quijano, que tendría una compañía soberbia: “Una rosa para Emily” de Faulkner, “El mono” de Dinesen, “El infierno tan temido” de Onetti y “El Aleph” de Borges. A continuación, eligió a la estupenda actriz Aitana Sánchez-Gijón como su acompañante en el escenario. Finalmente, efectuó el paso más espinoso: se convirtió en un narrador de cuentos sin guión memorizado y con espontaneidad absoluta.
Según parece, su actuación durante dos noches en el teatro Romea de Barcelona fue un éxito total. Asistieron Carmen Balcells y Alfredo Bryce Echenique. En fin, toda una delicia. ¿Alguien puede imaginar un espectáculo semejante en Lima?
En este link se puede ver a Vargas Llosa en un pequeño papel durante la filmación de Pantaleón y las visitadoras, la película que él mismo dirigió, en 1975, en República Dominicana.

viernes, octubre 07, 2005

La blanquirroja

En “Vagamente dos peruanos”, un artículo del estupendo narrador Luis Loayza, se menciona a dos compatriotas que aparecen en Rojo y negro, de Stendhal, y En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. ¿Qué hacen dos peruanos en estas novelas clásicas? ¿Por qué precisamente son de esta nacionalidad? “Ambos personajes existen porque son peruanos, es decir, en Francia, exóticos”, dice Loayza. “Todo escritor sabe que un nombre extraño y distante da cierto encanto misterioso a su párrafo”.
Salvando las distancias, esta afirmación también viene a cuento en algunas canciones que nombran al Perú. Quizá la más conocida sea “Come Fly With Me”, de Frank Sinatra (“Come fly with me, let’s float down to Peru”), donde nuestro país es aludido junto a Acapulco y a Bombay. En plano más ligero está “Groenlandia” de los Zombies, que se hizo conocida en estas tierras por la versión de La Honorable Sociedad (“Yo te buscaré en Groenlandia, en Perú, en el Tíbet, en Japón, en la Isla de Pascua”).
La lista aumenta con “Bienvenue chez les nus” (Indochina), “Big Day” (Phil Manzanera) y Peruvian Skies (Dream Theater). Pero eso no es nada. Hace unos días apareció el último vídeo de Jamiroquai y se ve al cantante usando la camiseta de la selección peruana de fútbol. Jamiroquai no es santo de mi devoción, pero de todas formas me pregunto: ¿qué hace con la blanquirroja? ¿Cómo la consiguió? ¿Habrá visto algún partido de nuestros futbolistas que lo dejó impresionado? ¿O se confundió con la camiseta del River Plate?

jueves, octubre 06, 2005

Until I Find You


El suplemento de libros de Página 12 ha publicado un artículo muy divertido de Rodrigo Fresán sobre Until I Find You, la última novela de John Irving. Fresán lo llama un “libro insostenible”, en todo el sentido de la palabra, pues sus más de 800 páginas y sus tapas duras lo convierten en un objeto “imposible de sostener”. Además, nos advierte del peligro de leerlo en la cama, apoyado sobre el pecho, porque nos podría causar un principio de asfixia.
Pero, a fin de cuentas, “insostenible” no es el único adjetivo recibido por esta novela. En julio pasado, Marianne Wiggins, ex esposa de Salman Rushdie, le dedicó un comentario devastador en The Washington Post, que incluía palabritas como “unrefined” (grosero, inculto) y “lazy” (inútil, perezoso). El golpe fue tan violento y tan hostil que los editores del periódico tuvieron que disculparse con sus lectores al cabo de pocos días.
Curiosamente, los libros de John Irving son siempre enormes, a pesar de que padece dislexia y se le hace muy difícil escribirlos. El mundo según Garp, por ejemplo, tiene más de 500 páginas, pero se lee de un solo y delicioso tirón. Quien haya leído algo de este maravilloso autor sabrá de qué estoy hablando. En fin, Tusquets lanzará la traducción de Until I Find You a principios de 2006. Habrá que esperar hasta entonces para saber si tanta mala leche estaba en lo cierto.

Flannery O’Connor en el Tiramillas


Esta semana las reseñas del Tiramillas traen algunas publicaciones interesantes, que, como de costumbre, tardarán siglos en llegar a Lima.
Sin duda, lo más apetecible son los Cuentos completos de Flannery O’Connor, editados en casi 900 páginas por Lumen. O’Connor, mencionada siempre como heredera de William Faulkner, es en realidad una de las tres grandes autoras del sur de Estados Unidos, al lado de Eudora Welty y Carson McCullers (como sabemos, se trata de una zona afectada en las últimas semanas por dos huracanes de terribles consecuencias).
La biografía de Flannery O’Connor se halla matizada de datos realmente extraños. Es conocido que se ganaba la vida criando pavos, que en sus libros intentaba mostrar el sentido cristiano de la vida, que se comunicaba con el resto del mundo a través de larguísimas cartas y que falleció a los 39 años a causa del lupus.
Es famoso, además, un texto suyo sobre la escritura de los cuentos que puedo citar de memoria: “En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas. Un buen cuento no puede ser reducido. Solo puede ser expandido”.