
¿Cuál es el mejor título de un libro peruano en prosa? Sin dudar y con los ojos cerrados se podría mencionar a
El mundo es ancho y ajeno, la novela más ambiciosa de Ciro Alegría. ¿Qué hace tan bello a este título? Pues que nos da la idea de un espacio distante e incluso violento, pero sin hacer referencia a ninguna expresión tosca o precipitada. Medalla de oro, evidentemente.
No muy lejos se encuentra
La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, que tuvo dos títulos previos bastante indignos para tan estupenda novela. Uno fue
La morada del héroe, que aludía a la estatua de Leoncio Prado en el colegio militar, y el otro fue
Los impostores, dirigido explícitamente a la pésima educación castrense. Con este último la novela ganó el premio Biblioteca Breve de Seix Barral, pero se cambió a tiempo por
La ciudad y los perros, en referencia a la tensa relación entre los cadetes más jóvenes del Leoncio Prado (llamados "perros") y el medio que los cobija, una cada vez más grande y tumultuosa ciudad de Lima. De este modo Vargas Llosa se aseguraba, además, un título muy adecuado para sus conocidas aspiraciones de escribir una “novela total”.
Ribeyro fue también un autor de títulos notables. Algunos de sus cuentos tienen una deliciosa musicalidad (“El marqués y los gavilanes” o “Tristes querellas en la vieja quinta”), pero sus libros son mucho mejores:
Tres historias sublevantes,
Las botellas y los hombres o
Los gallinazos sin plumas (una alegoría de los niños que buscan comida entre los desperdicios de Lima). El nombre de su diario personal,
La tentación del fracaso, es igualmente maravilloso. Sin embargo, el mejor título es el que agrupa a sus cuentos completos,
La palabra del mudo, en alusión a la voz del marginal o del oprimido.
Por otra parte, Ribeyro fue quien le dio el nombre al primer conjunto de relatos de Alfredo Bryce (en la foto). Ribeyro leyó el manuscrito y dijo: “Esto apesta a
huerto cerrado”, y, como sabemos, así se quedó. Bryce había pensado ponerle
El camino es así, título con cierto aire moralista y presuntuoso que no le venía nada bien al libro.
Por fortuna, Bryce aprendió la lección y con los años produjo algunos títulos memorables. ¿Alguien podría pensar un título mejor para una novela como
La vida exagerada de Martín Romaña? ¿Existe en la literatura peruana un nombre más juguetón y divertido que
La amigdalitis de Tarzán? ¿O no es acaso
Permiso para vivir un título magnífico para un volumen de memorias?
Oswaldo Reynoso tiene al menos dos títulos brillantes:
El escarabajo y el hombre y
En octubre no hay milagros. Como anécdota, se cuenta que Manuel Scorza cambió el nombre de su excelente libro de relatos
Los inocentes por
Lima en rock, un título tan ridículo como desatinadamente “comercial”.
Otros títulos espléndidos son:
Diamantes y pedernales de José María Arguedas,
No una, sino muchas muertes de Enrique Congrains,
El viejo saurio se retira de Miguel Gutiérrez,
Tierra de caléndula de Gregorio Martínez,
Monólogo desde las tinieblas de Antonio Gálvez Ronceros,
La vida a plazos de don Jacobo Lerner de Isaac Goldemberg,
Primera muerte de María de Jorge Eduardo Eielson,
La paraca viene del sur de José Hidalgo,
Las fotografías de Frances Farmer de Iván Thays,
Al final de la calle de Óscar Malca y
Un descapotable en invierno de Patrick Rosas.
Paren el mundo que acá me bajo fue el título provisorio del primer libro de relatos de Fernando Ampuero. Es absolutamente ingenioso, pero, hasta donde tengo entendido, se trata de una frase del gran Groucho Marx. En todo caso,
Deliremos juntos es también un título destacable entre todos los que he citado en este post.