lunes, marzo 12, 2007

El lado oscuro de la luna

Si usted vive en Lima y ha comprado entradas para el concierto de Roger Waters esta noche, échele un ojo a la crónica que Juan Villoro escribió luego del show del ex Pink Floyd en Ciudad de México. Quienes me conocen saben que no digiero muy bien el rock progresivo, pero a eso tendría yo que acotar: "Es cierto, aunque The Dark Side of the Moon me parece un discazo".
El texto completo de Villoro aparece en el primer comentario de este post.

9 comentarios:

Juan Carlos Bondy dijo...

El lado oscuro de la luna
Juan Villoro

Tengo dolores en músculos que no sabía que existían. Por lo visto hay una parte del cuerpo destinada al paroxismo. Durante dos horas y media activé los tendones que están en la parte intermedia de la espalda, sirven para alzar los brazos con frenesí y los mexicanos tenemos reservados para cuando ganemos el Mundial.

El entusiasmo que me llevó al calambre fue el concierto de Roger Waters en la Ciudad de México. El ex integrante de Pink Floyd tocó el rock progresivo que definió los usos y costumbres de una generación. Hace 30 años, mi primer trabajo consistió en escribir los guiones del programa de rock El lado oscuro de la luna , que transmitía Radio Educación. El título, tomado de Pink Floyd, sugería un contacto con el reverso de las cosas. En las precarias frecuencias de 1977 la música que transmitíamos era una rareza.

Para la generación i-Pod, resulta difícil comprender lo que significaba conseguir discos en aquel mundo a medio camino entre los fenicios y la globalización.

Las disqueras nacionales rara vez fabricaban acetatos no comerciales y, cuando lo hacían, demostraban que el "modo mexicano de producción" no siempre lograba que el agujero estuviera en el centro del disco.

En ese lejano oeste de la cultura, nada era tan útil como tener un amigo con una tía hospitalizada en Houston. Nuestro programa no hubiera prosperado sin el inolvidable Champiñón. Cada vez que alguien de su familia cruzaba la frontera para ver a la tía, regresaba con un pedido para nosotros. Recuerdo el desconcierto de su madre cuando nos trajo las obras de un conjunto cuyo nombre era no sólo difícil de justificar sino de comprender: Flying Burrito Brothers.

El Champiñón nos ayudó como un apóstol del libre mercado y esto tendió un velo sobre sus defectos. El más vistoso era su forma de bailar: creía tener un ritmazo y articulaciones adicionales para ponerlo en práctica. Verlo en una fiesta era como ver a alguien afectado por el gas mostaza. Una amiga me dijo con angustia: "Eres su gran cuate, dile que no baile, no así". Inmune al ritmo y al ridículo, el Champiñón agitaba la masa de pelo que justificaba su apodo. Su reputación hubiera sido estupenda en caso de conservar el estado de reposo. ¿Pero quién agradece que le digan que su coreografía astral es vista como un ataque de epilepsia? No quise ser el mensajero de las malas nuevas por dos razones: el respeto a los movimientos de cada quien y que me siguiera consiguiendo discos.

Mi interesada solidaridad fue peligrosa. Una maestra de la prepa, máximo modelo del aliviane hippy, me prestó su casa para que hiciera una fiesta y tuvo la generosidad de irse a Zipolite "por si nos alargábamos". Llevé el disco que me acompañaba a todas partes: Dark Side of the Moon. La canción "Eclipse" sonó como un diagnóstico cerebral del Champiñón: bailó sobre una colección de diablos de Ocumichu, reduciendo las artesanías a un infierno de guijarros. Quedé pésimo con la opinión pública de mi tiempo, encaprichada en que fuera yo, el amigo del alma, quien le revelara al Champiñón que no es necesario vivir de esa manera.

Treinta años después tomé el camino de expiación que significa ir al Foro Sol. En cumplimiento de alguna maldición azteca, los capitalinos no nos podemos divertir sin sufrimiento. Aunque hay autobuses especiales para el Foro, su método de evitar el tráfico consiste en llegar antes de que pongan las gradas. En consecuencia, seguimos la ruta de la taquicardia, compitiendo centímetro a centímetro contra los más curtidos taxistas. Naturalmente, no encontramos estacionamiento y dejamos el coche al cuidado de un hombre al que un trapo acreditaba como "vigilante". Oímos la primera canción en el puente que lleva al Foro, algo bastante digno del rock.

Juan Pablo, nuestro hijo de 15 años, llegó a Pink Floyd de la única manera en que acepta compartir algo con nosotros: estrictamente por su cuenta. Mis años de espera para enfrentar a la leyenda se sumaban a los suyos. ¿Qué sucede con las canciones que llevamos en la mente? Sucede el tiempo. Recuerdos confesables e inconfesables se mezclaron en la extraña energía de la multitud.

Los aviones aterrizaban en el aeropuerto, muy cerca de nosotros. Alguno de ellos se habrá desconcertado con el enorme cerdo volador que soltó Roger Waters y acaso aterrizó en una comunidad huérfana de símbolos que le rendirá culto sagrado.

Poco antes del final apareció la luna, lejana como el álgebra, según quiso el poeta, con la cara visible que determinó el nombre de esta ciudad. Tal vez Waters ignoraba que comparecía en el ombligo de la luna.

Encontré gente de distintas zonas del túnel del tiempo, asombrado de que el reconocimiento fuera posible. Entre esos rostros, vi un cuerpo en trance de alto voltaje. El Champiñón, claro está. Se acercó a saludarme. Sonrió al recordar que no le pagué un disco de Incredible String Band que su primo me trajo de Houston. Saqué la cartera como cristiano en penitencia y me atajó: "¿Cómo crees que te voy a cobrar? Hubo otros discos que no te cobré: si los oía en tu programa era como si los tuviera". Decidí que tampoco ahora había llegado el momento de hablar de su ritmo.

Siguiendo un sentido tribal de la seguridad, los encargados del Foro te marcan el cuello de rojo con plumón para que puedas estar hasta delante. El Champiñón no tenía el prestigioso agravio. Se dio cuenta de que mis ojos revisaban su cuello. "Estoy de colado", sonrió. Nada lo define mejor: el que llega por sorpresa pero nunca sobra.

Me dediqué a observarlo, sorprendido de que aún pudiera moverse de ese modo. Los años aplazan sus lecciones: su elasticidad sin objeto aparente me pareció envidiable.

Amanecí como si el Champiñón hubiera bailado en mi espalda. Por primera vez sentí en carne propia el lado oscuro de la luna: los músculos celebratorios existen; si no los usas a tiempo, duelen mucho.

Anónimo dijo...

Gracias por el post, Juanca.

Unknown dijo...

ese concierto fue lo máximo, Waters estuvo fenomenal. Los que estuvimos allí vamos a recordar esa noche eternamente
juanjo

Anónimo dijo...

hi, i was reading some of the posts, even my spanish it's no so good, and i look at this waters post, and well, i just want to share this:
www.myspace.com/palabrasquemeborran

i've been listening and you may like it.
thanks, bye

Unknown dijo...

hola me gustó tu cronica.. se ve que todos los fans hemos realizado alguna. Si deseas puede ver la mia en
http://juancarlospell.blogspot.com

Unknown dijo...

hola me gustó tu cronica.. se ve que todos los fans hemos realizado alguna. Si deseas puede ver la mia en
http://juancarlospell.blogspot.com

Brian dijo...

Donde aparece este articulo?

Juan Carlos Bondy dijo...

Salió en el diario Reforma.
Este es el link:
http://64.233.169.104/search?q=cache:52ZGWjznCW8J:www.reforma.com/editoriales/nacional/746574/default.shtm+%22Tengo+dolores+en+m%C3%BAsculos+que+no+sab%C3%ADa+que+exist%C3%ADan%22&hl=es&ct=clnk&cd=1&gl=pe

Brian dijo...

Mil gracias.