Una de las mayores pruebas para considerarse fan del Chavo del Ocho es sin duda leer Sin querer queriendo, de Roberto Gómez Bolaños, un enorme libro de memorias que sobrepasa las 400 páginas. Quien piense que encontrará en este volumen una sucesión de chistes y juegos de palabras está completamente equivocado. Gómez Bolaños narra, de manera lineal, la historia de su vida desde el día de su nacimiento el 21 de febrero de 1929 hasta nuestros días. Habla de parientes, amigos de infancia, futuros colegas y datos desconocidos para sus admiradores. Cuenta que de joven fue boxeador como Don Ramón y futbolista como el Chanfle. Que se inició en la carrera cómica casi por casualidad: Gómez Bolaños era estudiante de la Facultad de Ingeniería y se había aburrido de su empleo en una fábrica de artículos de acero cuando decidió buscar trabajo en los anuncios del periódico. Así cayó en Publicidad D’Arcy, que luego de encargarle jingles para chicles Adams y otras firmas le ofreció escribir los diálogos del programa radial de Viruta y Capulina.Naturalmente, estos detalles no fueron el gran motivo por el que compré el libro. En realidad, yo quería enterarme del pleito con Carlos Villagrán, pero sobre todo del romance con Florinda Meza, en tiempos en que Gómez Bolaños estaba casado y tenía cinco hijos.
Quico es el que peor parado sale de Sin querer queriendo. Como sabemos, Villagrán tuvo un problema legal con Gómez Bolaños cuando se separó del grupo, pues no deseaba incluir en sus espectáculos individuales la frase: “Agradecemos a Roberto Gómez Bolaños su autorización para usar el personaje de Quico, que es de su creación”. El lío continuó durante muchos años, aunque ahora parece haberse aplacado, pues Villagrán asistió a un homenaje reciente a Chespirito y al cabo de algunos inconvenientes se incluyó a Quico como personaje en la serie animada que se transmite actualmente (y que por cierto es un desastre).
El romance con Florinda, en cambio, es tratado con mucha delicadeza, por el respeto que guarda Gómez Bolaños hacia su primera mujer. Eso sí, se cuentan los detalles del primer beso y de la lenta separación con Graciela.
La prosa, aunque ágil y amena, no es precisamente bella y desafortunadamente no carente de descuidos. Por ejemplo, Gómez Bolaños usa el adjetivo “delicioso” para referirse a una gran variedad de cosas: a la ciudad de Bariloche, a su esposa Florinda, al personaje del licenciado Morales de Los Caquitos o al de la Bruja del 71. En la página 375 este error se le chispotea dos veces.
Lo inédito, por lo menos para un lector peruano, son los comentarios políticos del autor. Así como echa pestes del PRI y del Subcomandante Marcos, Gómez Bolaños inventa elogios para el presidente Fox, a quien apoyó durante su campaña presidencial.
Sobre nuestro país hay una historia muy peruana. Cuando Chespirito llegó al Perú como parte de una gira internacional, los empresarios no cumplieron con las normas de pago del contrato y el elenco decidió no viajar de Lima al Cusco. Tras superar el problema, los mexicanos no encontraron un vuelo comercial y debieron trasladarse a bordo de uno de los aviones del ejército, que, como bien explica el autor, “no se distinguen precisamente por su comodidad”. En todo caso, Gómez Bolaños olvida este percance y manifiesta su admiración por Machu Picchu y la ciudad de Iquitos, desde donde partió a través del Amazonas a un campamento en la profundidad de la selva.
Sin querer queriendo es también un recuento de todos los famosos personajes que ha conocido Gómez Bolaños: Emilio Azcárraga, Tin Tan, Capulina, Gabriel García Márquez, Maradona, Pelé y un nutrido etcétera. Un dato para los aficionados al fútbol: el autor se ufana de ser amigo de dos grandes jugadores que tuvieron éxito en México: Alex Aguinaga, el excelente mediocampista ecuatoriano, y el delantero chileno Sebastián "Chamagol" González, que celebra sus goles imitando al Chapulín Colorado o a Don Ramón.
Los dejo con una anécdota muy divertida del autor que viene a cuento:
“Mi nieto Roby, hijo de mi hijo Roberto, estaría tiempo después inscrito en una escuela de San Diego, California, donde los pequeños estudiantes debían responder varias preguntas, una de las cuales era: ‘¿Quién es tu personaje favorito’, y mi orgullo alcanzó alturas insospechadas cuando supe que Roby había respondido: ‘Mi personaje favorito es mi abuelo Róber’ (que soy yo). Pero luego le preguntaron: ‘¿Y por qué es tu personaje favorito el abuelo Róber?’. Y mi nieto respondió: ‘Porque es amigo de Ricky Martín”.






