Esperé la publicación de Los olvidados (no los de Buñuel, los míos), de Rossana Díaz Costa (Lima, 1970), durante cinco largos años. Desde que leí el excelente cuento “Achtung Andalucía” en el volumen de ganadores y finalistas del Premio Copé 2000 y luego “La lucha contra el estornino” en la antología del Copé 2002, sentí una enorme curiosidad por leer su primer libro de cuentos, que publicó hace año y medio el Fondo Editorial de la Universidad Católica del Perú. Los olvidados obtuvo una mención como finalista en el Premio Nacional PUCP 2004, al lado de Protocolo Rorschach, de Pedro Llosa. El ganador, como recordamos, fue El inventario de las naves de Alexis Iparraguirre.
Lo primero que llama la atención es que varios de los títulos de Los olvidados contienen referencias musicales, literarias o fílmicas. “Con Alfredo, en La Coruña” remite evidentemente a “Con Jimmy, en Paracas” de Bryce Echenique, “No es serio este cementerio” es también una famosa canción de Mecano, “La pregunta de Zavalita” recuerda a Conversación en La Catedral de Vargas Llosa, “Crónica inicial de un viaje anunciado (tan lejos, tan cerca)” hace referencia a la vez a García Márquez y a Win Wenders, “Los que sobran” evoca al grupo de pop Los Prisioneros, “Born in the USA” es un álbum y una canción de Bruce Springsteen, Novecento I y Novecento II resuenan a Bernardo Bertolucci. Incluso el título del libro hace un juego de palabras con una celebrada película de Luis Buñuel.
El libro está dividido en tres partes. En la primera nos encontramos con un conjunto de relatos evocativos, en los que la voz narradora recuerda su infancia y adolescencia en la Lima de las décadas de 1970 y 1980, entre lápices de colores Patita, series televisivas como Hechizada o Starsky & Hutch, películas en el cine El Pacífico, protestas contra el gobierno de Alan García y apagones causados por Sendero Luminoso. Quienes tenemos treinta años y un poco más nos sentimos plenamente reconocidos en estas páginas iniciales.
Curiosamente, estas remembranzas solo son positivas cuando la narradora comparte situaciones con sus familiares o sus amigos. Los personajes extraños a ese entorno siempre son perversos o maléficos: conductores de combis, soldados durante la dictadura de Velasco o sinchis ayacuchanos en la época del terrorismo. Lima entera es retratada como una ciudad cada vez más pobre y desordenada.
En la segunda parte los cuentos tienen forma de estampas que describen situaciones vividas por ciudadanos latinoamericanos en Europa. En la estampa inicial, “Crónica inicial de un viaje anunciado (tan lejos, tan cerca)”, la narradora abandona la espantosa capital peruana y se instala en La Coruña. En ese instante Lima se convierte solo en un mal recuerdo. Europa la ha eclipsado por completo. La narradora dice al llegar a España: “Todo es viejo y hermoso en Europa”. Y también: “No tengo miedo. Sonrío. Me echo en mi cama. El tan ansiado silencio”.
En las siguientes páginas el trato a Europa es menos amable. La voz narradora censura la marginación racial y social hacia los inmigrantes en España, en especial latinoamericanos y marroquíes. En “Los que sobran”, por ejemplo, se critica el maltrato y las largas colas que se realizan en una oficina de Extranjería, quizá en Madrid. Y en “La maravillosa leyenda del pianista del océano” un peruano es asesinado a golpes por un grupo de cabezas rapadas.
El problema con estas viñetas es que se circunscriben solo a una anécdota y no trascienden más allá de sus límites. Lo peor del caso es que en ocasiones esta anécdota es bastante trivial. En “Blanco y negro”, para poner por caso, un inspector de tren exige los documentos de identidad a un brasileño negro y no a la peruana de tez blanca que lo acompaña. En “Born in the USA” una profesora ecuatoriana de inglés es obligada a mentir a sus alumnos diciendo que nació en Estados Unidos, pues “la gente cree que en Sudamérica la gente no puede aprender más inglés que en España”. Cuando Díaz Costa es explícita en sus reparos a la sociedad europea, el relato decae. La crítica social y la materia moralizante se tornan así más poderosas y significativas que la propia narración.
Díaz Costa no es precisamente una notable autora de cuentos breves, un arte reservado para muy pocos prosistas. Sus argumentos requieren amplitud, sus personajes necesitan andar, pensar, desarrollarse. Eso es lo que sucede con “La lucha contra el estornino”, el último cuento de la segunda parte. Se trata de un relato largo y bien planteado sobre una muchacha frívola que conoce al inteligente Fran, en la época en que las autoridades de una ciudad española sueltan halcones al cielo para ahuyentar a los inoportunos estorninos del lugar. Aquí la crítica social solo se lee entre líneas, pero es mucho más efectiva y rotunda que en los casos anteriores.
La tercera y última parte de Los olvidados es la sección más pareja del conjunto. Díaz Costa se nota más libre y decidida en su escritura y sus argumentos. En “El día que conocí a Buñuel”, para comenzar, la voz narradora, que ha realizado una película tiempo atrás, encuentra al maestro español muchos años después de su fallecimiento, en una situación surrealista al extremo. Las circunstancias y los diálogos son muy divertidos.
“Achtung Andalucía”, que mencioné al principio, es innegablemente el cuento de mejor factura del libro. Díaz Costa, aplicada lectora de Alfredo Bryce, ha sabido emplear eficientemente el humor y los juegos de palabras en la historia de una alemana y una peruana, que termina siendo deportada de España. Este relato merece incluirse en cualquier antología de cuento peruano. Probablemente lo merezcan también “La lucha contra el estornino” y “Con Alfredo, en La Coruña”. De hecho, este último cuento, ganador de un concurso en España, fue seleccionado por Iván Thays en Pasajeros perdurables. Por eso me pareció bastante extraño no ver incluido a cualquiera de los otros dos en la reciente antología Disidentes de Gabriel Ruiz Ortega.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario