Mark Twain, gran aficionado a los juegos de azar, escribió esta máxima: “La fortuna golpea a la puerta de una persona una vez en la vida, pero en la mayoría de los casos la persona está en un salón vecino y no la escucha”. Twain se pasó toda su existencia buscando la fortuna en los casinos flotantes del Mississippi, pero nunca pudo hallarla.
Muchos escritores le han seguido los pasos. Balzac, que no fue un jugador enfermizo, se daba sus buenas escapadas y creó un personaje ludópata en La piel de zapa. Edgar Allan Poe fue expulsado de la Universidad de Virginia y de West Point por no pagar sus apuestas. Leopoldo Alas pensaba todo el santo día en asistir a los clubes de juego. Hemingway dejó los hipódromos cuando se dio cuenta de que le quitaban tiempo para escribir. Juan Marsé es amante del dominó, tal como lo era Julio Cortázar.
Otros autores hechizados por el azar fueron o son:
-Alessandro Manzoni, poeta y novelista, autor de Los novios, pasó su adolescencia, a principios del siglo XIX, entre desmedidas relaciones amorosas e incansables juegos de azar.
-Fedor Dostoievski, el padre de los ludópata literarios, recaló muchas veces en los casinos de Baden-Baden y París, en los que casi siempre terminó totalmente arruinado. Es autor de El jugador, la biblia de un escritor timbero que se respete.
-En 1923, a los 19 años, Graham Greene se jugó la vida con la ruleta rusa en cuatro oportunidades, usando el revólver de seis balas perteneciente a hermano mayor. Greene le contó esta anécdota a Fidel Castro, quien, embobado y luego de sacar cuentas, respondió que debería estar muerto, de acuerdo con el cálculo de las probabilidades. Greene suspiró aliviado y dijo: “Menos mal que siempre fui pésimo en matemáticas”.
-Françoise Sagan, que se volvió famosa a los 19 años tras publicar Buenos días, tristeza, tuvo un centenar de problemas por su afición a la bebida, a las drogas, a la velocidad de los autos que casi la lleva a la muerte y, por supuesto, a los casinos, que a poco estuvieron de dejarla en bancarrota.
-Charles Bukowski, además de alcohólico y escandaloso, era un habitual apostador de carreras de caballos. Uno de sus personajes dice: “Hay una docena de formas de perder una carrera y solo una de ganarla”, lo cual indica que no siempre el viejo Charles salía victorioso del hipódromo. Si el azar no estaba con él, el lugar apropiado era el Hollywood Park. Allí podía perder una buena suma, pero al menos regresaba a casa con un bonito bronceado.
-Julio Ramón Ribeyro y Guillermo Niño de Guzmán tenían, a decir de este último, una “afición efímera, deleznable: la bolita de plata que rueda en el tapete de los rojos y los negros”. Niño de Guzmán llamaba a Ribeyro “El Dragón de Baden-Baden” y entre ambos invocaban al espíritu de Fedor Dostoievski para volcar la suerte a su lado. Se cuenta que en 1994, cuando Ribeyro ganó los cien mil dólares del Premio Juan Rulfo, maquinó la idea de gastar buena parte de su dinero en los casinos más lujosos de Mónaco. La muerte lo sorprendió a los pocos días y el proyecto quedó truncado.
¡Qué maravillosa erudición! No sé si Cristina Peri Rossi ha sido también ludópata, pero analiza magistralmente el vicio del juego en su novela "La última noche de Dostoievski".
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