jueves, diciembre 22, 2005

Mis libros del año


Estos son los cinco mejores libros que he leído este año. Como se verá, mis lecturas son algo desordenadas e incluso desactualizadas, pero no me quejo. Ahí les va:

1. Desgracia de J. M. Coetzee. Desgracia es al principio la oscura historia de un profesor que se involucra con una de sus alumnas, pero paulatinamente aborda asuntos más trascendentes, como el clima político y social en la Sudáfrica de nuestros días. “Sombríamente magnífica”, dijo de la novela The Sunday Times. Es el mejor rótulo que puedo encontrar para un libro tan estupendo, sin duda mi mejor experiencia como lector en este año. En 2005 leí también Infancia, las memorias de Coetzee (en la foto), que de entrada llama la atención por estar narradas en tercera persona, desde la perspectiva y la sensibilidad de un niño de diez años. Es igualmente recomendable.

2. El periodista deportivo de Richard Ford. Esta novela me derrumbó por lo buena que es. Cuenta la historia de Frank Bascombe, un reportero de deportes con un divorcio y un breve éxito como narrador a cuestas. Bascombe es un hombre completamente gris, turbio y desencantado; por momentos parece un personaje de Ribeyro. El libro estuvo considerado en todas las listas de la década de 1980 y entre las mejores publicaciones en inglés del siglo XX.

3. El lector de Bernhard Schlink. Convertido en un escritor reputadísimo desde la publicación de El lector hace diez años (su libro fue un éxito en Europa y también en Estados Unidos, gracias a la recomendación que hizo Oprah Winfrey en su famoso programa de televisión), Bernhard Schlink es un autor muy curioso. Trabaja como profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Humboldt de Berlín. Es juez de profesión y ha declarado que estudió Leyes “porque un abogado siempre debe llegar a un resultado y no puede perder el tiempo en discusiones filosóficas o literarias”. Schlink es creyente, acude al templo con frecuencia y es conocido en Europa por sus novelas policiales.
El lector narra el romance entre Michael Berg, un estudiante de quince años, y Hanna Schmitz, una mujer veinte años mayor. Los encuentros amorosos entre ambos son matizados por las lecturas en voz alta que él hace para ella. Le lee fragmentos de la Odisea, de Guerra y paz o de Emilia Galotti de Schiller. El caso es que Hanna desaparece un buen día, y lo que parecía una historia de amor y erotismo se transforma en una novela de tinte ideológico. Años después, Michael decide estudiar Derecho y acude al juicio de un grupo de mujeres acusadas de criminales de guerra nazis. Una de ellas es Hanna. Michael se pregunta cómo una mujer tan dulce como Hanna pudo haber cometido semejantes brutalidades. En realidad, la gran virtud de Schlink es que plantea cuestiones morales a todos sus personajes, que rápidamente son tomadas como propias por el lector común. Nadie que haya leído ese libro puede salir indemne de cuestionarse a sí mismo con preguntas esenciales. Con mucha más razón si se trata de un lector proveniente de países como el Perú, en cuya historia reciente se recuerda una guerra terrible contra el grupo terrorista Sendero Luminoso.
Leí este libro gracias a mis grandes amigos del foro de Clubcultura (grandes amigos como Gerardín, habitual visitante de este blog). Recuerdo que Don José y Amador me lo sugirieron incesantemente a principios de 2005. Les agradezco la recomendación de un libro magnífico.

4. Hablando del asunto de Julian Barnes. Hacía años que deseaba leer algo de Barnes. Gracias a esta novela divertidísima sospecho que me voy a convertir en uno de sus más fervientes seguidores. Narrada desde la perspectiva de tres actores principales (Stuart, Gillian y el antipático Oliver), Hablando del asunto aborda un triángulo amoroso atroz, un tema que a primera vista podría parecer desgastado, pero que el ojo de Barnes ha sabido encaminar deliciosamente. Ingenioso, inteligente y juguetón son tres adjetivos que le caen muy bien al libro.

5. El valor de elegir de Fernando Savater. Este libro, demoledor como todos los del gran filósofo español, aborda una pregunta sustancial: ¿Para qué sirve la libertad? Todos nuestros actos son en realidad elecciones. Vivimos eligiendo tal o cual acto. Esto es lo que nos distingue del resto de seres vivos, mucho más que nuestra configuración genética o nuestras características físicas. La libertad de la que disponemos es tan necesaria como abrumadora, pero Savater nos enseña sabiamente a encaminarla. “Elegir la verdad” y “Elegir la humanidad” son mis capítulos favoritos. Entrando al terreno de las confesiones, diré que este libro me ha cambiado un poco la vida. Varias veces en este año me he sorprendido a mí mismo citando al libro hasta en las peleítas que ocasionalmente se me cuelan (los oponentes sabrán disculpar mis entusiasmos).

6. No he revisado muchos libros peruanos este año, pero de todos modos quiero mencionar dos. El primero es Permiso para sentir de Alfredo Bryce, la continuación de sus antimemorias. Solo he leído la segunda parte, naturalmente impulsado por los artículos y las cartas de protesta que se publicaron por personajes mencionados en el volumen. El libro es polémico y sincero, pero intuyo que contiene más imaginación de la necesaria para un libro de corte autobiográfico.
El segundo libro es ideal para vargasllosianos, como quien escribe. Mario Vargas Llosa / Entrevistas escogidas de mi amigo Jorge Coaguila agrupa ordenadamente 24 conversaciones con el autor de La casa verde, en un periodo que abarca desde 1964 hasta 2003. Vargas Llosa habla de sus cambios políticos, habla de cine, de libros, de autores, de sus trabajos, de sus proyectos... ¿Existe placer mayor?

7. Dejo para el final los libros que menos me han gustado. De Pudor de Santiago Roncagliolo ya he hablado brevemente en un anterior post.
Las películas de mi vida de Alberto Fuguet me parece también un desacierto. Probablemente es muy original construir una novela basándose en los filmes que marcaron nuestra infancia, pero sinceramente es el único mérito que encuentro en este caso. El libro es plano por donde se le mire.
El turno del escriba, de Graciela Montes y Ema Wolf, es el mayor somnífero literario que ha caído en mis manos en los últimos meses. No los he leído a todos, pero apostaría a que es el peor premio Alfaguara de la historia. Ideal para lecturas nocturnas. El sueño lo vencerá en un dos por tres.

lunes, diciembre 19, 2005

Roth


El Dominical de El Comercio ha publicado una entrevista a Philip Roth en la que el novelista norteamericano hace algunas precisiones sobre el último Nobel no concedido a Vargas Llosa. Dice Roth:
"Mario Vargas Llosa, ese escritor maravilloso. Que no le hayan dado el Nobel es estúpido. Prueba una vez más que uno tiene que tener a Karl Marx en el bolsillo y gritar a los cuatro vientos que odia a los Estados Unidos para ganar, algo que Vargas Llosa definitivamente no hace. Ni siquiera Carlos Fuentes lo hace; es muy crítico del país, pero es demasiado inteligente como para caer en algo así".
No hay que agregar ni una coma a lo que dice un intelectual tan prestigioso como Roth, quien, por cierto, es mi segundo candidato a ganarse el premio. En fin, ya se verá el otro año.
La nota completa se lee en este link.

jueves, diciembre 15, 2005

Perros vargasllosianos

Hace unos meses, Max Silva Tuesta, vargasllosiano y reconocido psiquiatra, dijo que tenía en mente escribir un ensayo acerca de la presencia de los perros en las novelas de Vargas Llosa. El tema me pareció interesantísimo y de inmediato empecé a esbozar mentalmente una lista de todos los canes vargasllosianos. Me encontré así con una cifra nada despreciable, que por supuesto incluía en primer lugar a la Malpapeada, la famosa perra de La ciudad y los perros, amante del Boa y fiel como ninguna mascota. “Los perros son bien fieles, más que los parientes, no hay nada que hacer”, dice el Boa en la novela. La perra soporta que él le tuerza la pata con las manos y que la deje coja para siempre. También aguanta que le cure con ají molido las llagas provocadas por los parásitos en todo su cuerpo. La Malpapeada hace un escándalo con sus aullidos de dolor, pero, cosa increíble, termina por curarse. Por cierto, en la novela se les llama “perros” a los cadetes del tercer año, los alumnos más jóvenes e inexpertos que ingresan al Leoncio Prado.
Otra mascota bastante conocida es Batuque, el perro de Ana y Santiago Zavala que es capturado por el camión de la perrera en Conversación en La Catedral. Santiago acude al local del encierro en el puente del Ejército y se encuentra con Ambrosio Pardo, antiguo chofer de su padre. Ambos celebran la coincidencia con unas cervezas en el bar La Catedral. En ese momento nace la larga y memoriosa tertulia que sostiene la historia de la novela. El suceso ocurrió realmente en los primeros años del matrimonio entre Vargas Llosa y Julia Urquidi, la tía Julia. Los detalles se narran en El pez en el agua. El autor llegó, efectivamente, un mediodía a casa y encontró a su esposa bañada en llanto. La perrera se había llevado a Batuque. Vargas Llosa rescató al nervioso animal de inmediato y quedó espantado con el espectáculo: los empleados mataban a palazos a los perros que no eran recogidos por sus dueños, en las propias narices de los demás huéspedes caninos. Algo aturdido, Vargas Llosa salió a la calle en busca de un lugar para sentarse con Batuque. Llegó a La Catedral y de este modo se le vino a la cabeza la idea de escribir un libro ambientado durante la dictadura de Odría y de su temible secuaz Esparza Zañartu.
Judas, un furioso danés, es el guardián del colegio Champagnat en Los cachorros. Cuando los muchachos juegan al fútbol, Judas permanece encerrado en su jaula, pero no cesa de ladrar ni de mostrar los dientes. Una tarde el perro escapa e ingresa a los camarines mientras los estudiantes se están duchando. Ataca a Cuéllar y de un mordisco le cercena el pene. Desde ese momento el muchacho se gana el apodo de Pichulita. Así es conocido hasta que finalmente se mata en un accidente de automóvil en Pasamayo.
En Pantaleón y las visitadoras los seguidores del Hermano Francisco, falso profeta y jefe de la Hermandad del Arca, crucifican cucarachas, mariposas, ratas y posiblemente perros como ofrenda al Divino.
En el tercer tomo de Contra viento y marea aparece “Toby, descansa en paz” un artículo sobre el Cementerio de los Perros en Asnières. Vargas Llosa hace un recuento de sus moradores (en una pequeña tumba halló a la mascota de la reina Elizabeth de Rumania y en otra al célebre Rin Tin Tin) y luego revisa los mejores epitafios del lugar, como el de la perrita Pupú: “Merecías una muerte dulce. Tu cruel agonía me deja inconsolable para siempre. Te lloraré, sufriré mucho sin ti; descansa, amor mío”.
En La fiesta del Chivo las referencias caninas son menos agradables. Agustín Cabral se autoproclama “el más fiel de sus perros” cuando se dirige al presidente dominicano. Los hombres de Johnny Abbes gritan a Amadito García Guerrero, uno de los asesinos de Trujillo: “¡Sal con los brazos en alto, si no quieres morir como un perro”. Y en el lecho presidencial, Trujillo dice a Urania: “Chilla, perrita, a ver si aprendes”.

martes, diciembre 06, 2005

Fútbol y literatura

Es casi un lugar común afirmar que no existen buenos libros ni buenas películas sobre fútbol. En el Perú la regla se ha cumplido rotundamente, aunque se pueden encontrar algunos poemas y relatos que emplean a este deporte como referencia o escenario principal.
El precursor de la literatura futbolística en el Perú es Juan Parra del Riego, el poeta huancaíno que emigró del país y se fue a radicar en el Uruguay. Como sabemos, la pequeña nación uruguaya era dueña de la mejor selección de fútbol en la década de 1920. Había sido campeona olímpica y no tenía rival en todo el planeta. Parra del Riego se convirtió en uno de sus más entusiastas seguidores, especialmente de la estrella del cuadro, el delantero Gradín. A él le dedicó su “Polirritmo dinámico a Gradín, jugador de foot-ball”:

Y te vi, Gradín,
bronce vivo de la múltiple actitud,
zigzagueante espadachín,
del golkeaper cazador,
de ese pájaro violento
que le silba a la pelota por el viento
y se va, regresa, y cruza con su eléctrico temblor.

Blanca Varela tiene también un breve poema futbolístico en Valses y otras falsas confesiones (Lima, 1972). Se titula “Fútbol” y está dedicado a sus hijos Vicente y Lorenzo:

juega con la tierra
como con una pelota
báilala
estréllala
reviéntala
no es sino eso la tierra
tú en el jardín
mi guardavalla mi espantapájaros
mi atila mi niño
la tierra entre tus pies
gira como nunca
prodigiosamente bella.

Nicolás Yerovi se refiere al fútbol de manera accesoria en dos textos de Los años inmóviles. En uno comenta un incidente que le sucedió en Wembley: debía encontrarse con un amigo a cierta hora y no pudo hallar ningún tren o bus en toda la ciudad. Ese día se jugaba en la ciudad el pase para el mundial de España 82 entre las selecciones de Inglaterra y Escocia.
En el otro texto Yerovi habla del primer televisor que tuvo en casa, uno de esos artefactos de veintiún pulgadas eternos e imponentes de la década de 1960, que tenía un solo defecto: “Su intolerable color crema mortificaba a quienes éramos hinchas del Deportivo Municipal”.
Conocí a Yerovi cuando el Municipal estaba aún en la primera división y sus seguidores animaban al cuadro limeño con una irritante mezcla de anhelo y desaliento. Le pregunté cómo hacía para mantenerse ecuánime durante los partidos y Yerovi, afinando la garganta e inflando el pecho, recitó de memoria:

¿De dónde salió Leguía?
¿De dónde salió Sotil?
¿De dónde, su señoría?
¡Del glorioso equipo edil!

“Nicolás —le pregunté—, ¿esos versos son tuyos?”.
“¡Claro! —me dijo—. ¿Quién más es hincha del Muni? ¡Ni Leguía ni Sotil!”.
Algo menos apasionado es el gran poeta Arturo Corcuera. En 1974 Corcuera, empecinado aliancista, publicó La gran jugada o Crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima, todo un tributo al equipo victoriano y al Nene Cubillas, sin duda el mejor jugador de fútbol que ha dado el Perú en los últimos cuarenta años.
“Tenemos un problema —le dije a Corcuera—. Yo soy hincha de Universitario de Deportes”.
“Ah, bueno —dijo él, sin hacerse problemas—. Hasta Lolo Fernández jugó por Alianza Lima alguna vez”.
Mario Vargas Llosa, también declarado fanático de Universitario, fue comentarista de fútbol en España 82.
Hace unos años la revista Debate de Lima tuvo la excelente idea de juntar en una mesa a Alfredo Bryce y a Julio Ramón Ribeyro. Entre otras cosas, los escritores hablaron de fútbol. Ribeyro, que según propia confesión era centrodelantero y goleador en tiempos escolares, contó que fue testigo del mejor gol que metió Lolo Fernández en su vida. Fue ante el poderoso Independiente de Buenos Aires, en una época en que las pelotas eran tan duras como una piedra. “No se formó barrera porque todo el mundo pensó que Lolo iba a centrar (...) Lolo tomó distancia y metió un patadón directo al arco: gol”.
El autor de Un mundo para Julius apuntó: “El mejor gol que he visto en mi vida fue de Alberto Terry: gol olímpico. La pateó bombeadita y con efecto”. Es conocida también la anécdota del Bryce colegial que jugó por la selección infantil de Universitario contra el Independiente argentino. Bryce entregó su valla invicta en la primera etapa, pero en el segundo tiempo pidió jugar por el cuadro rival. Según ha explicado el escritor, quería sentir lo que sentía el otro, sentir lo suyo, ponerse en su lugar. A Bryce lo botaron a patadas del estadio y hubo quien le gritó “traidor a la patria”.
Por cierto, Bryce y Ribeyro tienen cada uno un cuento sobre fútbol, ambos incluidos en la conocida compilación preparada por Jorge Valdano. El de Bryce se llama “Pasalacqua volando” y es un homenaje al legendario portero del Ciclista Lima. El relato de Ribeyro se titula “Atiguibas”, pero desafortunadamente no puede contarse entre los mejores de su producción narrativa.
Quien sí tiene un cuento bastante logrado es Augusto Higa: “El equipito de Mogollón”, publicado en 1977.
Finalmente, uno de los personajes de “Domingo en la jaula de estera”, de Enrique Congrains, prefiere jugar al fútbol que llevar a su novia al cine. “¡Jugar fútbol no cuesta nada!”, dice.
En Latinoamérica, Horacio Quiroga es el primer cuentista que abordó el fútbol como tema central. Su cuento se llama “Juan Polti, half-back” y data de 1918. Casi quince años después Roberto Arlt escribió “Ayer vi ganar a los argentinos”. Vinicius de Moraes tiene un soneto a Garrincha. Mario Benedetti y Eduardo Galeano entran igualmente en la lista. Pero el mejor de todos es “El penal más largo del mundo”, de Osvaldo Soriano: la historia de un tiro de los doce pasos que dura una semana entera.
Cruzando el charco, se sabe que Albert Camus fue portero juvenil en la Universidad de Argel. También que Rafael Alberti, hincha del Barcelona, tuvo un duelo en verso con Gabriel Celaya, fanático del Real Sociedad. Vladimir Nabokov fue portero y una vez, tras parar un balón en el césped, recibió tal cantidad de patadas en la cabeza que sufrió una conmoción. Günter Grass ha dedicado un poema al Friburgo, el equipo de sus pasiones. El hermano de Peter Esterhazy jugó en la selección de Hungría. Javier Marías ha escrito varios artículos sobre fútbol. Recuerdo especialmente uno que habla de Zinedine Zidane (en la foto), autor de un “gol sobrenatural”.
Pero como es habitual, por lo menos en este blog, siempre está Borges para arruinar la fiesta. En 1978 Argentina venció a la magnífica selección holandesa y se proclamó campeona mundial. Buenos Aires era un alboroto. Ese día Borges organizó una conferencia sobre Baruch Spinoza, el filósofo holandés. Los asistentes lo miraron con asombro y el maestro dijo: “¿Acaso alguno de ustedes piensa que ser de Argentina es mejor que ser de Holanda?”.

viernes, diciembre 02, 2005

Su libro ha sido rechazado


¿Madame Bovary es una novela colmada de detalles superficiales? ¿Lolita de Nabokov debe permanecer sepultada bajo una piedra durante mil años? ¿Ballard está loco de atar por haber perpetrado un libro como Crash?
Aunque no pueda creerse, las anteriores son opiniones de especializados editores de libros. Naturalmente, cualquier profesional puede equivocarse, pero el problema empieza cuando el yerro es tan atrevido como considerar a Cien años de soledad como un libro “muy fantasioso” y alejado de “la realidad histórica”. Esta frase pertenece a Carlos Barral, padre editorial del boom, y obligó a García Márquez a tentar suerte en la editorial Sudamericana de Buenos Aires.
En el Perú (¿por fortuna?) las cosas funcionan de modo distinto. Cualquier autor puede costear su propia publicación en una editorial desconocida o fantasma. De ese modo no hay manera de encontrarse con los despropósitos de un editor inexperto o sin buen olfato. Quizá la más famosa torpeza editorial de nuestro país ocurrió en la revista Variedades, regentada por Clemente Palma, que calificó unos versos de Vallejo como “auténtica leche de burra” y también como “tonterías poéticas más o menos desatinadas y cursis”.
No menos célebre es el rechazo de André Gide ante la primera parte de En busca del tiempo perdido. Con los años, Gide consideró que había cometido el más grande error de su vida.
Les dejo algunas opiniones editoriales de antología. Casi todas están consideradas en el libro Rotten Rejections de Andre Bernard:
-El diario de Ana Frank: “La autora está desprovista de la sensibilidad necesaria para producir un interés que vaya más allá de la simple curiosidad”.
-Rebelión en la granja de Orwell (en la foto): “Es imposible vender historias de animales en Estados Unidos”.
-El amante de lady Chatterley de Lawrence: “Lo decimos por su propio bien: no lo publique”.
-Retrato del artista adolescente de Joyce: “Desconcertante y poco atractivo”.
-Catch 22 de Heller: “No tengo la menor idea de lo que este hombre ha querido decir... Aparentemente el autor ha querido parecer gracioso, quizá satírico, pero no es gracioso en un nivel intelectual”.
-Carrie de King: “No estamos interesados en ciencia-ficción con utopías negativas”.
-Santuario de Faulkner: “¡Santo cielo! No puedo publicar este libro. Terminaríamos los dos en la cárcel”.
-El espía que vino del frío de Le Carré: “El autor no tiene ningún futuro”.
-Malone muere de Beckett: “El malvado gusto del público no coincide todavía con el malvado gusto de la vanguardia francesa”.
-Poesía de Yeats: “Para mí, no hay nada dentro. No leería una página más por nada en el mundo”.
-El mundo según Garp de Irving: “Nada de nuevo ni en lo que se refiere a forma ni en lo que respecta al lenguaje” (semejante razonamiento merece un callejón oscuro, cuando menos).
-Madame Bovary de Flaubert: “Su novela está sobrecargada de detalles descritos de manera muy precisa pero decididamente superficiales” (¡fusilen a ese editor!).