Es casi un lugar común afirmar que no existen buenos libros ni buenas películas sobre fútbol. En el Perú la regla se ha cumplido rotundamente, aunque se pueden encontrar algunos poemas y relatos que emplean a este deporte como referencia o escenario principal.
El precursor de la literatura futbolística en el Perú es Juan Parra del Riego, el poeta huancaíno que emigró del país y se fue a radicar en el Uruguay. Como sabemos, la pequeña nación uruguaya era dueña de la mejor selección de fútbol en la década de 1920. Había sido campeona olímpica y no tenía rival en todo el planeta. Parra del Riego se convirtió en uno de sus más entusiastas seguidores, especialmente de la estrella del cuadro, el delantero Gradín. A él le dedicó su “Polirritmo dinámico a Gradín, jugador de foot-ball”:
El precursor de la literatura futbolística en el Perú es Juan Parra del Riego, el poeta huancaíno que emigró del país y se fue a radicar en el Uruguay. Como sabemos, la pequeña nación uruguaya era dueña de la mejor selección de fútbol en la década de 1920. Había sido campeona olímpica y no tenía rival en todo el planeta. Parra del Riego se convirtió en uno de sus más entusiastas seguidores, especialmente de la estrella del cuadro, el delantero Gradín. A él le dedicó su “Polirritmo dinámico a Gradín, jugador de foot-ball”:
Y te vi, Gradín,
bronce vivo de la múltiple actitud,
zigzagueante espadachín,
del golkeaper cazador,
de ese pájaro violento
que le silba a la pelota por el viento
y se va, regresa, y cruza con su eléctrico temblor.
Blanca Varela tiene también un breve poema futbolístico en Valses y otras falsas confesiones (Lima, 1972). Se titula “Fútbol” y está dedicado a sus hijos Vicente y Lorenzo:
juega con la tierra
como con una pelota
báilala
báilala
estréllala
reviéntala
no es sino eso la tierra
tú en el jardín
tú en el jardín
mi guardavalla mi espantapájaros
mi atila mi niño
la tierra entre tus pies
la tierra entre tus pies
gira como nunca
prodigiosamente bella.
Nicolás Yerovi se refiere al fútbol de manera accesoria en dos textos de Los años inmóviles. En uno comenta un incidente que le sucedió en Wembley: debía encontrarse con un amigo a cierta hora y no pudo hallar ningún tren o bus en toda la ciudad. Ese día se jugaba en la ciudad el pase para el mundial de España 82 entre las selecciones de Inglaterra y Escocia.
En el otro texto Yerovi habla del primer televisor que tuvo en casa, uno de esos artefactos de veintiún pulgadas eternos e imponentes de la década de 1960, que tenía un solo defecto: “Su intolerable color crema mortificaba a quienes éramos hinchas del Deportivo Municipal”.
Conocí a Yerovi cuando el Municipal estaba aún en la primera división y sus seguidores animaban al cuadro limeño con una irritante mezcla de anhelo y desaliento. Le pregunté cómo hacía para mantenerse ecuánime durante los partidos y Yerovi, afinando la garganta e inflando el pecho, recitó de memoria:
¿De dónde salió Leguía?
¿De dónde salió Sotil?
¿De dónde, su señoría?
¡Del glorioso equipo edil!
“Nicolás —le pregunté—, ¿esos versos son tuyos?”.
“¡Claro! —me dijo—. ¿Quién más es hincha del Muni? ¡Ni Leguía ni Sotil!”.
Algo menos apasionado es el gran poeta Arturo Corcuera. En 1974 Corcuera, empecinado aliancista, publicó La gran jugada o Crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima, todo un tributo al equipo victoriano y al Nene Cubillas, sin duda el mejor jugador de fútbol que ha dado el Perú en los últimos cuarenta años.
“Tenemos un problema —le dije a Corcuera—. Yo soy hincha de Universitario de Deportes”.
“Ah, bueno —dijo él, sin hacerse problemas—. Hasta Lolo Fernández jugó por Alianza Lima alguna vez”.
Mario Vargas Llosa, también declarado fanático de Universitario, fue comentarista de fútbol en España 82.
Hace unos años la revista Debate de Lima tuvo la excelente idea de juntar en una mesa a Alfredo Bryce y a Julio Ramón Ribeyro. Entre otras cosas, los escritores hablaron de fútbol. Ribeyro, que según propia confesión era centrodelantero y goleador en tiempos escolares, contó que fue testigo del mejor gol que metió Lolo Fernández en su vida. Fue ante el poderoso Independiente de Buenos Aires, en una época en que las pelotas eran tan duras como una piedra. “No se formó barrera porque todo el mundo pensó que Lolo iba a centrar (...) Lolo tomó distancia y metió un patadón directo al arco: gol”.
El autor de Un mundo para Julius apuntó: “El mejor gol que he visto en mi vida fue de Alberto Terry: gol olímpico. La pateó bombeadita y con efecto”. Es conocida también la anécdota del Bryce colegial que jugó por la selección infantil de Universitario contra el Independiente argentino. Bryce entregó su valla invicta en la primera etapa, pero en el segundo tiempo pidió jugar por el cuadro rival. Según ha explicado el escritor, quería sentir lo que sentía el otro, sentir lo suyo, ponerse en su lugar. A Bryce lo botaron a patadas del estadio y hubo quien le gritó “traidor a la patria”.
Por cierto, Bryce y Ribeyro tienen cada uno un cuento sobre fútbol, ambos incluidos en la conocida compilación preparada por Jorge Valdano. El de Bryce se llama “Pasalacqua volando” y es un homenaje al legendario portero del Ciclista Lima. El relato de Ribeyro se titula “Atiguibas”, pero desafortunadamente no puede contarse entre los mejores de su producción narrativa.
Quien sí tiene un cuento bastante logrado es Augusto Higa: “El equipito de Mogollón”, publicado en 1977.
Finalmente, uno de los personajes de “Domingo en la jaula de estera”, de Enrique Congrains, prefiere jugar al fútbol que llevar a su novia al cine. “¡Jugar fútbol no cuesta nada!”, dice.
En Latinoamérica, Horacio Quiroga es el primer cuentista que abordó el fútbol como tema central. Su cuento se llama “Juan Polti, half-back” y data de 1918. Casi quince años después Roberto Arlt escribió “Ayer vi ganar a los argentinos”. Vinicius de Moraes tiene un soneto a Garrincha. Mario Benedetti y Eduardo Galeano entran igualmente en la lista. Pero el mejor de todos es “El penal más largo del mundo”, de Osvaldo Soriano: la historia de un tiro de los doce pasos que dura una semana entera.
Cruzando el charco, se sabe que Albert Camus fue portero juvenil en la Universidad de Argel. También que Rafael Alberti, hincha del Barcelona, tuvo un duelo en verso con Gabriel Celaya, fanático del Real Sociedad. Vladimir Nabokov fue portero y una vez, tras parar un balón en el césped, recibió tal cantidad de patadas en la cabeza que sufrió una conmoción. Günter Grass ha dedicado un poema al Friburgo, el equipo de sus pasiones. El hermano de Peter Esterhazy jugó en la selección de Hungría. Javier Marías ha escrito varios artículos sobre fútbol. Recuerdo especialmente uno que habla de Zinedine Zidane (en la foto), autor de un “gol sobrenatural”.
Pero como es habitual, por lo menos en este blog, siempre está Borges para arruinar la fiesta. En 1978 Argentina venció a la magnífica selección holandesa y se proclamó campeona mundial. Buenos Aires era un alboroto. Ese día Borges organizó una conferencia sobre Baruch Spinoza, el filósofo holandés. Los asistentes lo miraron con asombro y el maestro dijo: “¿Acaso alguno de ustedes piensa que ser de Argentina es mejor que ser de Holanda?”.
Algo menos apasionado es el gran poeta Arturo Corcuera. En 1974 Corcuera, empecinado aliancista, publicó La gran jugada o Crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima, todo un tributo al equipo victoriano y al Nene Cubillas, sin duda el mejor jugador de fútbol que ha dado el Perú en los últimos cuarenta años.
“Tenemos un problema —le dije a Corcuera—. Yo soy hincha de Universitario de Deportes”.
“Ah, bueno —dijo él, sin hacerse problemas—. Hasta Lolo Fernández jugó por Alianza Lima alguna vez”.
Mario Vargas Llosa, también declarado fanático de Universitario, fue comentarista de fútbol en España 82.
Hace unos años la revista Debate de Lima tuvo la excelente idea de juntar en una mesa a Alfredo Bryce y a Julio Ramón Ribeyro. Entre otras cosas, los escritores hablaron de fútbol. Ribeyro, que según propia confesión era centrodelantero y goleador en tiempos escolares, contó que fue testigo del mejor gol que metió Lolo Fernández en su vida. Fue ante el poderoso Independiente de Buenos Aires, en una época en que las pelotas eran tan duras como una piedra. “No se formó barrera porque todo el mundo pensó que Lolo iba a centrar (...) Lolo tomó distancia y metió un patadón directo al arco: gol”.
El autor de Un mundo para Julius apuntó: “El mejor gol que he visto en mi vida fue de Alberto Terry: gol olímpico. La pateó bombeadita y con efecto”. Es conocida también la anécdota del Bryce colegial que jugó por la selección infantil de Universitario contra el Independiente argentino. Bryce entregó su valla invicta en la primera etapa, pero en el segundo tiempo pidió jugar por el cuadro rival. Según ha explicado el escritor, quería sentir lo que sentía el otro, sentir lo suyo, ponerse en su lugar. A Bryce lo botaron a patadas del estadio y hubo quien le gritó “traidor a la patria”.
Por cierto, Bryce y Ribeyro tienen cada uno un cuento sobre fútbol, ambos incluidos en la conocida compilación preparada por Jorge Valdano. El de Bryce se llama “Pasalacqua volando” y es un homenaje al legendario portero del Ciclista Lima. El relato de Ribeyro se titula “Atiguibas”, pero desafortunadamente no puede contarse entre los mejores de su producción narrativa.
Quien sí tiene un cuento bastante logrado es Augusto Higa: “El equipito de Mogollón”, publicado en 1977.
Finalmente, uno de los personajes de “Domingo en la jaula de estera”, de Enrique Congrains, prefiere jugar al fútbol que llevar a su novia al cine. “¡Jugar fútbol no cuesta nada!”, dice.
En Latinoamérica, Horacio Quiroga es el primer cuentista que abordó el fútbol como tema central. Su cuento se llama “Juan Polti, half-back” y data de 1918. Casi quince años después Roberto Arlt escribió “Ayer vi ganar a los argentinos”. Vinicius de Moraes tiene un soneto a Garrincha. Mario Benedetti y Eduardo Galeano entran igualmente en la lista. Pero el mejor de todos es “El penal más largo del mundo”, de Osvaldo Soriano: la historia de un tiro de los doce pasos que dura una semana entera.
Cruzando el charco, se sabe que Albert Camus fue portero juvenil en la Universidad de Argel. También que Rafael Alberti, hincha del Barcelona, tuvo un duelo en verso con Gabriel Celaya, fanático del Real Sociedad. Vladimir Nabokov fue portero y una vez, tras parar un balón en el césped, recibió tal cantidad de patadas en la cabeza que sufrió una conmoción. Günter Grass ha dedicado un poema al Friburgo, el equipo de sus pasiones. El hermano de Peter Esterhazy jugó en la selección de Hungría. Javier Marías ha escrito varios artículos sobre fútbol. Recuerdo especialmente uno que habla de Zinedine Zidane (en la foto), autor de un “gol sobrenatural”.
Pero como es habitual, por lo menos en este blog, siempre está Borges para arruinar la fiesta. En 1978 Argentina venció a la magnífica selección holandesa y se proclamó campeona mundial. Buenos Aires era un alboroto. Ese día Borges organizó una conferencia sobre Baruch Spinoza, el filósofo holandés. Los asistentes lo miraron con asombro y el maestro dijo: “¿Acaso alguno de ustedes piensa que ser de Argentina es mejor que ser de Holanda?”.
5 comentarios:
Si no me falla la memoria, en las "Antimemorias" Alfredo Bryce tiene un relato en el que se menciona su antojo de jugar la mitad de un partido de fútbol en un equipi y la segunda mitad en el otro.
Excelente como simpre Juan Carlos. Si tuviera que elegir, me quedo con tres cuentos sobre la materia: "Buba" de R. Bolaño, "El extremo fantasma" de J. Villoro y "En el tiempo indeciso" de J. Marías.
Cuenta Juan Cruz, en un recorte de prensa que guardo desde hace muchos años, que junto a la cama de Juan Carlos Onetti, cama donde vivió los últimos doce años de su vida, colgaba un póster del portero del Nacional de Montevideo leyendo un ejemplar de “El Pozo” con motivo de una campaña de promoción de la lectura. Dice que el equipo contrario fuera seguramente del Peñarol, no sé si para hacer sangre.
El fin de la campaña era dar la idea de que se podía leer mientras se hacían otras cosas. Muchas cosas, excepto ver tv. La foto era un truco. Se le pidió al portero que adoptara esa postura y el montaje hizo el resto.
Onetti decía que aquella foto le compensaba el que no le dieran el Nobel.
La promoción fue un éxito.
GERARDO
Saludos.
Claro, queridos Hijos Negados, "El extremo fantasma" es un excelente relato. Yo también lo considero entre mis tres mejores.
Gerardo, esa anécdota es estupenda.
Muchos saludos.
hay un escrito sobre el futbol que me encanta en:
http://alasdelfutbol.blogspot.com/
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